¿El payaso, nace o se hace? Esta fue una
pregunta que se hizo en nuestro entrenamiento a “Doctores Clown”, la respuesta
fue dividida, algunos decían “Nace” otros “Se hace”.
Todo buen payaso saca lo mejor de sí, es decir
su niño interior, ese niño travieso, amoroso que nos encargamos de mantenerlo
dormido en el corazón. Ese ser puro y amoroso, ese ser que es capaz de
asombrarse con pequeñeces, de conformarse con minucias, de amar así porque sí,
sin dar mayores explicaciones; sólo amar y también de tomarse el derecho de
rechazar a quien no considera de su agrado y alejarse jugando, sin
resentimientos. Ese ser que desafortunadamente se va transformando, a medida
que se va desarrollando, en un
desconocido; en ocasiones hasta para sus propios padres e incluso para sí mismo.
Todos quisiéramos poder actuar con la
espontaneidad con la que actúa un niño, decir las cosas que queremos, llorar si
se nos antoja ante un deseo no cumplido, hundirnos en nuestros pensamientos y
juegos y simplemente dejar que nuestra mente vuele lejos, en ese mundo mágico
donde siempre somos felices. Sin embargo, en ocasiones, cuando la pena, la ira, la alegría...
se apoderan de nuestro ser y queremos actuar como lo hubiéramos hecho en
nuestra infancia, siempre hay alguien que te dice que es triste que te
comportes “como un niño”, y al hacerlo se reprime aún más nuestro deseo ; pero
es que comportarse como tal, no siempre es unacto de inmadurez, sino simplemente un acto de LIBERTAD.
“Que son cosas de niño me dices… ¡Quién me
diera,
tener
una perenne inconciencia infantil, ser del
reino del día y de la primavera, del
ruiseñor que canta y del alba de abril! ¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave trino,
perfume o canto, crepúsculo o aurora; como la
flor que aroma la vida… y no lo sabe, como el
astro que alumbra las noches… y lo ignora!"
Medardo Ángel Silva (“Se va con algo mío la tarde que se aleja)
Así de sencillo, como lo describió Medardo Ángel
Silva en su poema, así es un niño. Quizá si él hubiera leído y practicado lo
que él mismo escribió de ese ser que vivía dentro de él, si hubiera sacado su
payaso hubiera podido ser feliz, su final hubiera sido otro y no la tragedia
que le tocó vivir.
Dentro del corazón nuestro existe un niño
amoroso, que pide a gritos salir, jugar, amar; ¡ah! Y cuántas veces lo
reprimimos y cuántas veces lo humillamos, cuántas veces lo reprendemos, porque
sencillamente “Debemos madurar”.
Nosotros, los payasos, somos tan afortunados;
porque tenemos la oportunidad de hacer “renacer” nuestro niño, a ese juguetón
implacable que todo lo puede, que todo lo conquista, que todo lo sueña. Somos
capaces de crear con nuestra imaginación una vida distinta y traerla de un
universo lejano a nuestras vidas. Somos capaces, gracias a la magia de nuestra
nariz de cambiar vidas, empezando por la nuestra, empezando por la de los seres
que amamos. Un solo abrazo resume amor, una sola mirada transmite energía y si es “con
una sonrisa” es mejor.
Sí mis queridos amigos, “El payaso nace” y nace
en el momento en que cierras los ojos y oyes latir tu inocente corazón, y “renace”
en el momento en que lo dejas habitar en tu mundo, en tu esencia, en ti.
Sigo en el camino al descubrimiento de mí misma
y en este descubrimiento voy también aprendiendo a conocer y a amar a personas
que hasta hace pocos días no significaban nada en mi vida, no porque no fueran
importantes, sino porque sencillamente hasta hace pocos días no sabía que existían,
no las conocía.
Hoy, el panorama se presenta distinto, hay algo
que va más allá del deseo de ser un “Clown humanitario”, es algo que se mueve
en la sangre, se respira en el ambiente y se exhala con amor, es un sentimiento
inmenso, es una esperanza, una promesa,
es…¿felicidad?
Y mi respuesta es sí, es una especie de FELICIDAD,
porque la felicidad es un trayecto de pequeños momentos, de grandes alegrías, de torpezas y
triunfos, y en este sendero en el que caminamos en busca de algo que en
ocasiones ni sabemos qué es, pero que sabemos que es aquello que nos hace falta
para estar completos, me encuentrocon
seres que tienen mis mismos sueños y anhelos y los observo y así, sin más, sólo porque el corazón me lo
dice, los llamo “Amigos”. También llega a mi mente y a mi corazón el recuerdo
de mis amigas de toda la vida, compinches del alma y de mis amigas de trabajo,
de estudio, ¡¡Dios qué afortunada soy!!
La amistad es el más sublime de los presentes,
es algo que se te entrega a manos llenas, es el corazón de otra persona en tus
manos, es un tesoro que se debe proteger, es una semilla que se debe cultivar,
es el ave que debes dejar volar, es el agua que debes dejar correr, pero sobre
todo es el hermano al que debes respetar, amar y cuidar.
Al hablar de amistad recuerdo una escena de una
de mis películas favoritas “Corazón valiente”. El protagonista, Wallace, tiene
un enfrentamiento a muerte con un caballero desconocido, el cual cubre su
rostro con una máscara de hierro. Wallace cae de su caballo y finge
desvanecimiento, cuando de pronto su contrincante se acerca y éste es embestido
por el guerrero.Wallace con un cuchillo
en mano, teniendo la oportunidad de arrancarle la vida a su enemigo de un
solo corte en el cuello, quiere ver los ojos de su adversario. Aquí comienza
para mí una de las escenas más sublimes de la película; el momento en que Wallace
desenmascara a su enemigo, ¿enemigo? Pues la sorpresa para el personaje es
totalmente dolorosa, ya que se da cuenta que quien estuvo a punto de quitarle su
vida había sido su propio amigo, aquel en que él había confiado. Wallace había tenido
en sus manos el poder de la vida o la muerte, pero retrocede a paso
lento, confundido, aturdido; luego sentado en la hierba, lo mira, con la inocente mirada de un niño
al que le has quitado un sueño, con unos ojos interrogantes y sumidos en un ¿por qué?, lo observa y llora, ¡¡EL GUERRERO LLORA!!, ante
aquello que aniquila el corazón de cualquier ser humano, “la traición de un amigo”, porque podemos esperar incluso la traición de
la persona que prometió amarnos hasta la muerte…pero ¿de un amigo? Ese tipo de
traición es el puñal de doble filo más doloroso que puede haber.
La escena continúa con un Wallace llorando sin
palabras, sin gemidos, sólo observando a su ingrato amigo y retrocediendo con
infinito dolor, incrédulo de aquello que observaba. Su aflicción es tal, que
incluso viendo que otros guerreros se aproximan para robarle la vida; él, tan
sumido en ese dolor, se recuesta sobre la hierba a esperar la muerte. El hasta
entonces amigo, ve que la vida de Wallace corre peligro y lo salva.
Trepa a Wallace en un caballo y lo ve partir
¿Por qué Wallace cuando tuvo la oportunidad, no
mató a su traicionero amigo? ¿Por qué su ingrato amigo cuando había la oportunidad de que asesinaran
a Wallace, le salva la vida? ¿Cuál podría ser la respuesta?
Pues analizo la escena y también cosas pasadas
en mi vida y me atrevería a contestar que el amor de la amistad va más allá que
cualquier otro amor, que somos seres imperfectos, y que en ocasiones somos
capaces de lastimar lo que más amamos. Particularmente, hasta ahora (y espero
nunca hacerlo, ni en forma consciente o inconsciente) no he traicionado amistad
alguna, pero sí he sido traicionada en muchos aspectos. Sin embargo, aunque las
cosas nunca vuelven a ser igual, hay algo en el corazón que no te permite
rechazar por siempre a esa persona en tu vida. En algún momento, aquel amigo
que te falló, sencillamente se dejó llevar por circunstancias, por
sentimientos, pero el verdadero amigo, ese que tú quieres y amas, está allí
todavía, en alguna parte de su ser; esperando de ti sólo un abrazo, un perdón,
una sonrisa.
En ocasiones el orgullo y la desconfianza no
permiten este tipo de reconciliación ¿Se podrá confiar de nuevo? Me atrevo a
decir que no enteramente, pero nunca, nunca se deja de querer.
En el sentimiento de la amistad, hay parámetros
totalmente diferentes. La pareja, los padres, los compañeros de trabajo, de estudio…todos
traen consigo un amor distinto; pero el AMIGO, el amigo encierra todo, es un
cúmulo de virtudes y defectos que aprendes a amar y a tolerar, por eso es tan
difícil desprenderse de uno, por eso al que ya no está lo extraño; al que se ausenta, lo llamo; al que me lastimó lo comprendo y lo sigo queriendo...
Dicen que “Los amigos son la familia que Dios
nos permite elegir” debo admitir que mi familia de amigos es tan amplia, unos más allegados que otros, otros son eternos e incomparables, otros lejanos pero nunca ausentes... agradezco a cada uno de ellos por tolerarme día a día, por aceptarme con mi
baúl repleto de defectos, por también poder observar mis virtudes y amarlas y
sobre todo por amar el “paquete completo”.Gracias por estar cada día para mí, así sea en la distancia a miles de
kilómetros, gracias por estar sólo a la distancia de un mensaje o una llamada, gracias
por compartir un café o una noche en cualquier bar, o frente al mar o al río, o simplemente observando mis ojos y sonriendo, gracias
por enjugar mis lágrimas y darme ese abrazo tan deseado, gracias por celebrar mis triunfos y ser sobre
todo compinches de mis locuras.
Sé que en más de una ocasión te he metido en problemas, porque me gusta desplegar mis alas y volar,
volar, volaaaaaaar, pero también sé que siempre me ayudarás a emprender mi
vuelo así no me comprendas y a mantenerme en tierra cuando sea necesario o cuando me bordeé el
peligro.
Gracias amig@ querid@ por tomar mi mano y no decir palabra alguna o decir el siempre odiado "te lo dije", por
acariciar mi espalda mientras miro al cielo, por cantar conmigo, aunque lo haga desafinadamente;
por soñar conmigo así sólo sean utopías, gracias amig@ por caminar a mi lado e
incluso delante mío guiándome el camino. Gracias por ser y estar…¡¡Qué digo “Amig@”!!
gracias por ser mi herman@, mi herman@ tan querid@.
miércoles, 24 de abril de 2013
MI MUNDO "CLOWN"
Permaneciendo en este hermoso mundo “clown” donde los sentidos se
avivan, donde aprendes a escuchar la música de tu corazón y aprendes también a
entregar tu música a los demás, llega un sentimiento tan grande a mi vida; que es casi, casi inexplicable. Empiezo a reflexionar en tantas cosas pasadas,
en decepciones, alegrías, frustraciones, esperanzas; pero sobre todo en sanar.
Sí, a sanar, porque de una u otra manera, todos estamos contaminados de virus como:
tristeza, resentimiento, egoísmo, orgullo, ira, conformismo…
No es fácil el camino por recorrer, aunque parezca que el ponerse el
traje de payaso y la nariz fuera así de sencillo, el proceso para ser un buen
Doctor “Clown” es un sendero lleno de emociones que, en ocasiones, resulta ser muy
fuerte ese reencuentro con tu verdadero “yo”, aceptar que hay cosas que debes y
tienes que cambiar, cosas que conscientemente no somos capaces de aceptary en ocasiones nos resistimos a hacerlo,
hasta que el “payaso” que vive en ti, gana la batalla y triunfa su sonrisa y su
mirada de amor.
No digo que el ser payaso humanitario te convierta de un día para el
otro en mejor persona, pero sí te convertirá en un mejor ser para alguien más.
Quizá, ese "alguien" pueda observar en ti eso que aún tú no has observado,
aquella dulzura, aquella entrega que ni tú mismo puedes entender. Otra alma que simplemente sonreirá agradecida sin juzgarte, sin analizarte, otra alma que sabrá
que “eres y estás”.
Mientras entrenaba mis sentidos con los “hilos de vida”, pude entender
qué fácil puede ser sentir el corazón de alguien más, qué fácil puede ser guiar
a alguien hacia el bienestar y también dejar que te guíen, sin posiciones de
jerarquía ni de sumisión; simplemente es tomar la vida de alguien en tus manos
como si fuera la tuya y sentir, sentir hasta lograr que tu alma brote a través de tus
ojos.
Mi aprendizaje es lento, es tímido, pero ante todo honesto, y en cada
“clown” siento lo mismo, somos niños temerosos encerrados en un cuerpo que se
desarrolló y se transformó en seres adultos, a quienes la sociedad nos pide y
exige: seriedad, mesura, cordura.Mas
nuestro niño interior nos pide salir, liberarnos, reír, soñar, cantar, gritar,
bailar, ¡¡JUGAR!!…
Mi mundo “clown” es mágico, es eterno, va conmigo a todas partes, rompe
esquemas, me llaman “loca” y sin embargo, ya no me enoja, me alegra, porque sí;
siento que mis hermanos “clowns” y yo, pertenecemos a esa generación de “Quijotes",
hidalgos sin Sanchos Panzas y sin Rocinantes, con un gran escudo ante la
crítica y la incomprensión: “nuestra nariz roja” y vamos dando pasos certeros,
sabiendo que “si los perros ladran es señal de que estamos avanzando”, luchando
contra gigantes que son como los molinos de vientos, viendo en seres tristes y
enojados a todas las Dulcineas que andan por la vida, viendo más allá de las
apariencias, viendo a los ojos y sintiendo con el corazón.
Este, mi mundo clown, cambió mi vida; no mi esencia, sigo siendo yo,
sigo teniendo mis defectos; pero algunos se han modificado y sobre todo ahora
celebro mis virtudes. Hay tanto por sanar y cambiar, pero en este hermoso
proceso, le doy gracias a mi Dios y a mi "nariz", por darme esta oportunidad de
servir y amar, esperando sólo a cambio una sonrisa, un abrazo, en pocas
palabras: “Amor”.
Hoy por segunda ocasión acompañé
a una de mis mejores amigas a cumplir su penitencia en la procesión del Cristo
del Consuelo, su agradecimiento es infinito puesto que gracias a la intercesión
divina, su hija aún está con nosotros y goza de excelente salud.
El año pasado nuestro grupo de
peregrinación se remontaba sólo a tres, tres amigas que torpemente seguíamos
los pasos de una procesión, la cual -en mi
caso- era la primera. Este año fuimos cinco amigas quienes juntas
como los dedos de una mano, caminamos con esa hermandad que sólo Dios puede
entender.
Durante mi caminata pude observar
tantas cosas: fe que desbordaba paganismo, imágenes por doquier, ramos de
palmas que desforestan nuestros campos, rosarios de colores; que parecían más
adornos vanidosos que un recuento de la vida de Jesús, vendedores de lotería,
de comida, de bebidas, personas que utilizaban a sus deshidratadas mascotas
para vender sus “modas caninas”, jugadores de cuarenta… y ESPERANZA.
A pesar de toda esta idolatría y
este comercio inmensurable de la fe, un mercado que hoy en día Jesús nuevamente
aborrecería; había gente que caminaba
con su corazón contento, con su alma pura, con esperanza de tiempos mejores, y
otros en cambio con agradecimiento por favores o milagros concedidos. Hubiera
deseado tanto tener una cámara para plasmar cada rostro, cada gesto, mas tengo
grabado cada uno en mi memoria, cada paso, uno a uno.
Este año, volvimos a realizar
nuestra procesión torpemente, pero llenas de emoción por ser ahora cinco
hermanas y una amiga más junto a su hija. Lo más hermoso fue recibir el abrazo
de mis amigas al llegar a la iglesia, entramos y de pronto alguien nos recordó
que debíamos descubrir nuestra cabeza al entrar al templo (una amiga y yo
llevábamos gorra), nos ubicamos en una fila que ni siquiera sabíamos hacia
dónde nos llevaba, una señora vestida de blanco, nos indicaba muy molesta por
dónde debíamos ir, llamaba la atención y retaba a todos los feligreses ahí
presentes, y yo pensé –¿No es ella la que debería recibirnos con amor? ¿Por qué si era un día tan santo, ella estaba
tan molesta? ¿Por qué ella no tenía caridad con las ancianas que no querían
respetar la fila y sencillamente dejarlas ingresar? ¿Por qué, por qué, por qué? Pues sencillamente sólo ella tendrá las
respuestas en su corazón. Pero nosotras seguíamos en nuestro peregrinar, finalmente
me enteré que esa fila era para pasar por el lugar donde el Cristo suele estar
ubicado, sentí una extraña emoción al llegar a ese lugar, algo dentro de mí se
estremeció y en ese fugaz momento, sólo pude pensar en que Dios podría sanar
las piernas de mi mamá, en el fondo de mi corazón, es el mayor de mis anhelos. Pero no hubo tiempo de orar, el caminar debía
ser rápido, pues la fila era larga y la señora de blanco, pues…no dejaba de
pelear; bajamos del lugar señalado y nos arrodillamos a orar en una de las
bancas destinadas para ello.
Cuando hay mucha bulla, no logro
concentrarme en la oración, pero cómo me gusta observar a mi alrededor y ver
los rostros de santidad que ponen las personas al orar. Yo me incorporé rápido
de mi fugaz oración, mientras veía en el rostro de mis amigas un recogimiento
que yo sólo puedo obtener en la paz de un templo en silencio o en la paz de mi
habitación, mirarlas me dio mucho sosiego y felicidad, sentí que sus oraciones
eran una conexión inmediata con el creador.
Continuamos con nuestra aún torpe
peregrinación, perdimos algunas estaciones y tuvimos que “igualar” nuestro "Vía
Crucis" en la undécima estación. Cada una oró, unas con más fe que otras, unas
con más devoción, pero todas juntas en un solo corazón.
Tuvimos que atravesar sinnúmero
de mercadillos, escuchar música religiosa en alto parlante, y mientras
caminábamos observaba hacia arriba, hacia los lados, me emocionaba tanto ver
los balcones con familias enteras emocionadas con la llegada de la imagen, y en definitiva, es sólo una imagen; pero…por qué
nos hace sentir tan bien. Así nos llamen idólatras los hermanos de otras
religiones, es quizá un instrumento que encontró Dios para unirnos, mientras
que otros están seguro que es para separarnos, a mí me mueve Dios y el amor a
los seres que amo y entre ellos: mis amigas.
Habíamos llegado finalmente a la
iglesia donde el Cristo sería venerado, nos faltaba la décimo quinta estación,
cuando de pronto; un grupo de personas vestidas de negro, la mayor parte de
ellas; revelaron carteles, pancartas…con el afán de ofender los rituales de mi
religión, una falta de respeto absoluta ante el credo de todos los católicos. Nosotras somos personas ecuménicas, recibimos
con el mismo amor en nuestras casa a todos sin diferenciar credo alguno, pues
ya hay demasiadas separaciones como para pelear por una religión, cuando el fin
de todas es el mismo “Dios” o “Jehová” o “Alá” o “Javé”…
Entre la decepción y la ira que
causaron los hermanos separados, nos repusimos del susto de haber logrado salir
de aquella batalla religiosa que se originó ante la llegada del “Cristo del
Consuelo” y poder terminar nuestro "Vía Crucis" en paz. A nosotras siempre se nos desborda el buen humor y después de todo este suceso, empezamos a reír,
desafortunadamente nuestra amiga que se había unido a nuestra hermandad, se
perdió entre el tumulto y la estampida humana que se formó, de igual manera; el
humor nos invadió, sin celulares para comunicarnos, pues era imposible
reencontrarnos; caminamos por cuadras para buscar un lugar donde romper el ayuno
(algunas) y sentadas en nuestro improvisado restaurante, contamos nuestras
cosas, de ayer, de ahora, de siempre…las miré y en el fondo de mi corazón le di
gracias a Dios por el milagro más lindo que él me dio, no sólo este Viernes
Santo, sino la vida entera: “NUESTRA AMISTAD”.
Hoy fue otro día especial dentro
de mi mundo “clown”, empecé la mañana con la ilusión de salir a dar amor, arreglé
mi vestuario como si fuera a una cita, vi cada detalle: que las medias combinen
con la falda y con la flor que acompañaría mi vestuario, arreglé el sombrero que
cubriría mi cabeza para que mi payaso jamás se me escape y sellarlo con una
hermosa rosa que lo adornaría aún más.
Preparé cada detalle, mi cita era
mi mundo "clown", ese mundo que me llena la vida y permite a mi corazón amar sin
fronteras, sólo eso, amar. Salimos de nuestro lugar de encuentro, todos:
payasos antiguos, payasos escénicos, payasos humanitarios, los payasos novatos,
los amigos de los payasos… todos con el alma dando saltos de alegría, con la certeza
de que cada paso que diéramos sería para dar alegría y de esa manera
inequívocamente recibirla.
Mi corazón podía sentir el de los
demás, “tum-tum-tum” y de seguro los demás podían sentir que el mío quería salir
de su cofre de tanta emoción, de ese cofre sagrado donde se guardan los más
hermosos momentos de amor.
Nos dirigimos hacia los demás como
niños, en ese ser puro e inocente en que nos convertimos cuando nos ponemos la
nariz, buscamos personas que necesitan reír, amar, sentir; ese deseo que nos envuelve
a todos en todo momento y quisiéramos jamás termine.
Habían personas que por primera
vez darían y recibirían abrazos de esta manera, sin saber que hoy no solamente abrazarían,
sino que hoy entregarían al mundo su corazón, hoy muchos de ellos aprendieron
que un abrazo vale más que mil palabras, que sentir la respiración de otro ser
recibiendo amor, no tiene precio, que cerrar tus ojos al abrazar es salir de tu
cuerpo y encontrarse con otra alma que está en tu mismo lugar.
Es tan especial abrir tus brazos
y sentir que hay alguien tan ávido como tú de recibirlo, sentir los bracitos tiernos
y suavecitos de un niño, el abrazo tembloroso y delicado de los ancianos y la
dulzura infinita que emana de sus ojos, las risas suspicaces de los más jóvenes
y hasta el nada gracioso, pero sí “atrevido” toque de la parte inferior de mi espalda en una ocasión, todo
es un cúmulo de experiencias.
La nariz es un mundo mágico, un
mundo que te invita a salir de las lindes establecidas, pero lo más mágico es
ver que hay seres que sin necesidad de llevarla puesta, están dispuestos a
entregar lo mejor de sí, a sonreír y conquistar corazones desconocidos en medio
de una gran multitud.
Terminó la tarde, un cielo que
amenazaba con descargar su humedad sobre nosotros, se detuvo cómplice ante
nuestro momento de alegría, mientras algunas “clowns” se arriesgaban a dar
saltos de altura como improvisadas “Cheerleaders”, mientras reíamos y disfrutábamos
de este sentimiento que es el motor del universo, al cual algunos simplemente lo llamamos “AMOR”.
Soy
“clown”, pero soy un “clown” de escenario, un clown de magia, de realidad
condimentada con humor. Hoy, por esos azares del destino, por error, o caso
fortuito; mi función de bufón de la vida me llevó hacia un lugar inesperado.
Después de discutirse mi presencia
entre los “Doctores clown”, expertos médicos del humor y la compasión, ingresé
a un famoso hospital de la ciudad de Guayaquil, cuya especialidad médica es la
lucha contra una mortal enfermedad. Algo nerviosa, más bien, muy nerviosa;
ingresé en este castillo de dolor y también de esperanza. Honestamente, no
tenía una idea clara de qué iba a hacer, lo que sí tenía muy claro es que debía
dar lo mejor de mí siempre.
Al entrar, sentí cómo la
respiración se detiene en cada una de las personas que allí asisten, sus
miradas, la mayoría de ellas perdidas en
pensamientos lejanos o en oraciones espirituales elevadas al cielo desde el
corazón, labios que al vernos mover con nuestros trajes artificiosamente
elaborados, coloridos y llamativos, con una nariz roja que iluminaba nuestro
rostro, pero no más que nuestra alma; emulaban una pequeña sonrisa, en algunos
casos, y en otros una amplia sonrisa y un brillo especial en la mirada,
recordando quizá la pureza de la niñez y los sueños de ésta.
El dolor se puede sentir, la pena
se la puede respirar, el valor y el coraje se lo advierte en cada paso que uno
da. Iba avanzando por los pasillos del hospital, entre una marea de gente
dispuesta a dejarse llevar por el humor y el amor que un ser de nariz roja
puede dar; otros absorbidos en el dolor y la ira, esquivaban su mirada y oprimían
su sonrisa, ¿Por qué reír? ¿Qué motivo tendrían?, otros quizá resignados o con
una esperanza desbordante en el corazón, sonreían, reían, cantaban.
Ambivalencias de la vida, sentimientos encontrados: dolor, amor, desconsuelo,
esperanza, duda, ira…
La pequeña Samanta, me sonreía
durante mi improvisada presentación, su sonrisa era mágica, sus ojos
destellaban aquella vida a la que solo un ángel se puede aferrar, reía y no cesaban
sus ojos de emitir un fulgor divino que provocaba abrazarla y admirarla. Una
guerrera es ella, pensé; unos guerreros lo son todos, afirmé.
Había otra niña, no recuerdo su
nombre, defensora de la mujer; lo demostró cuando un payaso golpeó con un martillo
de juguete a una payasa, “¡No le pegues!” gritó, quizá sumida en el recuerdo de
un maltrato intrafamiliar, su mirada era firme, decidida. El señor payaso tuvo
que hacer otra broma y afirmar que ella sería abogada o Presidenta de la
República para calmar su corazón y yo cerré mis ojos y ante Dios y con toda la
admiración hacia este pequeño ser de alma indómita, dije: “Amén”.
Un niño participaba en un
concurso de baile, ganaba el que más feo bailaba, sin duda este luchador se
esmeró en ganar el concurso y lo hizo; en su desenfrenado baile, se observó su
desahogo, su ira, mientras movía su cuerpo al ritmo de la música, lanzaba su
gorra al piso (la que cubría su calva cabeza) y la pateaba y la aplastaba y lo
hacía repetidamente. Él ganó, pero ganó un baile infantil; ojalá gane esta
guerra contra la muerte.
Una anciana recostada sobre una
camilla en el pasillo, su rostro sin luz, sin vida; aunque ella estaba
presente, el espíritu de la esperanza, de la alegría, del deseo de vivir, había
emigrado hacia territorios muy lejanos e inciertos. Hicimos de todo para
hacerla reír, no lo conseguimos, luchamos por robarle un suspiro a su tristeza,
fue inútil; su corazón no quería, la rabia la dominaba o quizá el dolor, no lo
sé. Al despedirnos, me acerqué a besar su mano, sin pensar en cuántos gérmenes
pude haber dejado, pero necesitaba hacerlo, más que por ella, por mí. La miré a
los ojos, ella recostada de lado, pude observar que en el lado oblicuo de su
ojo izquierdo, rodaba una lágrima que se desplazaba suave y tenue sobre su
piel. No tuve palabras, no las encontraba,
sólo la miré, sonreí y en mi último intento por hacerla reír me alejé
cantando y bailando, no lo logré.
Finalizaba mi “intromisión” como
clown hospitalario, ostentando un título que todavía no me pertenecía, me senté
a descansar junto a mis colegas de reparto, cuando de pronto se me acercó un
caballero de agradable apariencia, con rostro de infinita tristeza y sonrisa
amable, pero con gran aflicción; me saludó cordialmente y me abrazó, me habló
al oído y me dijo: “Ven por favor conmigo, a mi esposa le acaban de
diagnosticar cáncer y está muy triste, por favor, hazla reír” y mi corazón
estalló en agonía, ¿Cómo lograría algo así? Ella acababa de recibir la peor
noticia de su vida, cómo pretendía su esposo la hiciera reír. Mi corazón no le
hizo caso a mi razonamiento, fui donde mi mentora, donde aquella a quien admiro
y sigo torpemente sus pasos. Fuimos las dos, ella con guitarra en mano, yo con
mi timbre de voz, ambas cantamos “Ese lunar que tienes cielito lindo junto a la
boca…” sonreímos, cantamos, se nos acercó otro payaso amigo, para apoyarnos;
nuestro esfuerzo no fue inútil, ella sonrió; sonrió entre llanto y tristeza,
ante la atenta mirada de un esposo enamorado y desconsolado, ante la inocente
sonrisa de una hija adolescente, que sonreía agradecida ante nuestra presencia.
Nos vinieron a recoger, nos despedimos, la abrazamos y nos alejamos. Nos
alejamos no ajenos al dolor, pero sí dejando atrás la tragedia y el sufrimiento.
¿Dejando atrás? ¿Será posible eso? Pues no, no lo fue. Aún tengo en mi mente
las sonrisas y las miradas de los actores de esta triste tragedia que es el
“Cáncer”.
No lloré ni por un segundo en el
Hospital, llegué a casa, mis padres me preguntaron: “¿Cómo te fue?” - Muy bien,
contesté y finalmente con toda el alma, lloré.