sábado, 8 de septiembre de 2018

"QUE VUELEN LOS PÁJAROS"


Tengo por costumbre leer en aquellos lugares donde irremediablemente tengo que esperar: filas bancarias, filas del comisariato, en la sala de espera de los doctores... Siempre tengo un buen libro en mi cartera, en ocasiones planificado y en otras guardado por cualquier imprevisto. Cuando para mi mala suerte no he tenido la precaución de guardar el libro (por lo general ocurre cuando cambio de cartera) y tengo que hacer fila, caigo en un aburrimiento profundo que poco a poco se convierte en desesperación.

Cuando llego a la fila bancaria y veo tanta gente, lo normal sería molestarme por el tiempo de espera, tiempo que sería inútil sino fuera por una buena lectura; sin embargo, al ver las largas colas me emociona saber que podré avanzar algún capítulo de mi libro. Cuando ya es mi turno de acercarme a la caja me quedo con la intriga y ganas de seguir leyendo y esperando.

Cada vez que abro mi cartera para sacar mi libro y mis lentes de lectura, no puedo dejar de observar los rostros de las personas que están frente a mí, ya sabemos cómo son las colas en los bancos: un “culebreo” que te ubica de frente a totales desconocidos, en ocasiones con personas agradables con quien emprendes una conversación y si tienes suerte con un amigo que no has visto tiempo, pero sin un “buen amigo” el tiempo de espera, desespera. Las personas suelen admirarse por ver a alguien con un libro en las manos, en ocasiones, cuando se quejan por la espera o porque hay un solo cajero, salgo en defensa del o de la cajera que no tiene la culpa de nada y les aconsejo sobre traer un libro y no quejarse.

Hoy me tocó hacer fila, una larga fila que disfruté como nunca. Llegué al banco en cuestión, vi que la cola salía del cordón donde tienes que hacer el famoso caminito culebrero y llegó el momento mágico, ese en el cual abro el cierre de mi cartera y saco mi libro, para, entre ojos de asombro, ser meticulosamente observada como un ser de otro planeta o un ser en vías de extinción. En esta ocasión llevaba un libro nuevo, que de antemano sabía lo espectacular que iba a resultar, era el nuevo libro de María Fernanda Heredia “Que vuelen los pájaros”, una recopilación de sus artículos en la revista Hogar. Debo admitir que tanto me encanta la forma tan natural y divertida de esta maravillosa escritora, que, cuando estaba en la sala de espera de mi dermatóloga, siempre, siempre buscaba la revista Hogar sólo para leer sus artículos y en algún descuido descaradamente arrancar la página para releerla en casa, en otras ocasiones al estar la sala de espera repleta de pacientes era un poco más educada o mejor dicho “menos sinvergüenza” y le preguntaba discretamente a la secretaria si podía arrancar un artículo de la revista que ya estaba tristemente un poco pasada en fechas. Mi emoción antes de leer este fantástico libro era evidente, tanto, que capté el interés de unos niños que hacían fila con sus madres y no paraban de observarme y sonreír.

La fila avanzaba mucho más aprisa de lo que hubiera esperado (o deseado), pero en ese transcurso tuve, literalmente, que morder mis labios para no reír a carcajadas, pero en dos ocasiones no pude evitarlo, y reí tan fuerte que la gente de la fila se dio vuelta para mirarme, disimulé muy bien sin separar mis ojos de las páginas del libro, pero las miradas eran tan intensas que era inevitable sentirlas. Más de uno rio conmigo y yo al disimulo levantaba el libro para que se dieran cuenta qué estaba leyendo.

“Que vuelen los pájaros” es un viaje exquisito por vivencias personales de la escritora, un ensueño de palabras sencillas y sensibles, un mensaje de lo hermosa y común que es la vida, de los desastres que vivimos a diario y de las grandiosas oportunidades que se nos presentan día a día. Una hermosa reflexión sobre la vida y el humor, sobre la alegría de la amistad, sobre lo hermoso que es ver al mundo girar a tu beneficio y satisfacción, aunque al principio pareciera que no. Sobre aquellos sueños juveniles que resultaron desastrosos y que luego con el tiempo agradeces que el tiempo pasó.

“Que vuelen los pájaros”, como tantos de sus libros, me llevan a ese corazón de niña que nunca murió, que vive y palpita y al que puedo reencontrar en cualquier libro de María Fernanda Heredia.

martes, 21 de agosto de 2018

LA "CABALLEROSIDAD" FEMENINA


He observado que, viviendo en una sociedad donde aún prevalece el predominio masculino, los gestos y la amabilidad propia del caballero, hoy en día, los realiza una mujer, de hecho, me ha tocado muchas veces ser el “caballero” en situaciones en las cuales he estado rodeada de varones que no hacen nada por ayudar al prójimo, no digo a otra mujer (que sería lo propio). Nos hemos ganado “a punta de reclamos y protestas” el derecho a nuestra igualdad y hemos demostrado que somos tan capaces de hacer labores que antes estaban solo definidas para hombres, en nuestro esfuerzo por demostrar individualidad e independencia, conseguimos que el género masculino nos aceptara como sus pares, tan fuertes y autónomas como ellos, y en realidad lo somos, pero, para mi concepto, por mucho que seamos iguales, hay costumbres que no se deben olvidar por mucha homogeneidad o modernismo.
Yo vivo en una avenida principal y cada día tratar de sacar mi carro es una proeza, nadie, absolutamente nadie ayuda a su semejante. Los conductores ven la puerta abierta de mi garaje, mi carro tratando de salir, las luces del “parking” encendidas, pero en un egoísmo sin precedentes, nadie suele condolerse, porque todo el mundo piensa en sí mismo y todo el mundo tiene un horario que cumplir. Es entonces cuando, MÁGICAMENTE, un auto se para para detener, entre pitos de desespero, a los otros vehículos y dar paso. Debo admitir que ese gesto de amabilidad me sorprende, suelo siempre dar las gracias con mi pulgar hacia arriba cuando hallo este gesto de solidaridad y bondad, lo curioso es que, casi el 99% de las veces, quien cede el paso, es una mujer.
Ayer, fui a un centro comercial de la ciudad, me dirigía por la zona peatonal, y como en Ecuador “el carro es el que tiene el privilegio, no el peatón” instintivamente me detuve, mientras el auto se detenía abruptamente también, al dirigir mi mirada hacia el conductor vi a una amable mujer que me señalaba con su mano que pasara, mi respuesta fue una sonrisa que fue correspondida. “Es de las mías” pensé, porque el mismo gesto suelo tenerlo yo con los peatones.
Al salir de la gasolinera, uno tiene que esperar hasta que ningún carro pase por la calle principal para poder salir, cuando un auto se detiene para ceder el paso, sé inmediatamente que se trata de una “caballerosa” mujer, cuando quien cede el paso es un hombre, ¡Créanme! Caigo en gran asombro.
Como en ocasiones suelo usar la Metrovía, he tenido que ceder el asiento a personas mayores o mujeres con niños, incluso a hombres con bebé en brazos, porque, aun siendo la persona que está sentada al lado mío un hombre, nunca se le habría pasado por su mente ceder el asiento. Es más, con tanta frecuencia, fingen dormir.
El subir al ascensor, es un atropellamiento masivo, no importa quién es quién, muy pocos son los varones que se detienen en la puerta para darte paso (que gracias a Dios sí los hay), por lo general son caballeros de otra generación. es algo muy atípico hoy en día, aunque en ocasiones te llevas lindas sorpresas.
La “caballerosidad femenina” es más frecuente cada día. A falta de esta hermosa dosis de humanidad hacia los demás (no necesariamente mujer) las mujeres somos más amables y consideradas que nuestros hombres, quizá para suplir entre nosotras la falta de esa hermosa costumbre.
En cierta ocasión increpé a un estudiante por no cederle el asiento a su compañera ya que ambos peleaban por una silla.
- ¿Por qué no le cedes el asiento a tu compañera si es una dama?
- Ella no es una dama –me dijo- Juega como hombre.
Entonces lo miré y le dije: “Así tú consideres que una mujer no es una dama, tú siempre deberás ser un caballero”.
Algunos padres ya no educan en estos valores, ese podría ser el principio de todo. Hace un mes salí a comer con un amigo quien instintivamente me colocó hacia la parte interior de la acera, ¿Por qué lo hacía? Su madre le había enseñado que debía proteger a la dama de cualquier accidente. Tenía un jefe que cada vez que él veía que yo iba a abrir la puerta, él se apresuraba a abrirla, y me decía: “Mientras haya un caballero junto a usted, jamás deberá abrir una puerta”. Costumbres de antaño, que jamás deberían desaparecer.
Más que la “caballerosidad”, que sí existe en algunos varones, debo ser honesta, lo que quiero plantear aquí es la importancia de ser solidario con los demás, independientemente de su género, es decir, si vamos por la vida sólo pensando en nuestro tiempo y en nuestra comodidad, nos encontraremos con gente que actuará de igual forma con nosotros y será un ciclo sin fin. Cada vez que soy “caballerosa” con alguien al ceder el paso, el asiento, al abrir una puerta, al sostener la puerta del ascensor…lo que recibo de la otra persona es una amable sonrisa de agradecimiento, la misma sonrisa que doy yo cuando alguien hace eso por mí y ese solo gesto cambió mi día y quizá el de alguien más.

miércoles, 1 de agosto de 2018

DETALLES


Cuando recibo un presente y este es hecho por la persona que me lo entrega, tiene para mí un significado especial, el hecho que esa persona haya pensado en mí, que esa persona haya sido capaz de sentir mi alma, mi tristeza o mi alegría, mi entusiasmo... para mí es una conexión inexplicable, llena de magia, trascendental.
Dos grandes artistas, cada una con un género diferente, se hicieron presentes en mi vida. Una de ellas, pudo plasmar en un óleo toda la tristeza y desolación que hubo en mi corazón. La pintura, aunque triste, no deja de ser sencillamente hermosa, y parte de mi historia, la tengo detrás de mí escritorio, como un recordatorio de lo que fue, de lo que pasó y se superó. Ahora, recibo otro obsequio, igual de espléndido, pero con una visión diferente, llena de color y alegría. Contrastan ambos estados: “el alfa y omega”, “el ying y el yang”, “la pesadumbre y la felicidad”, “el ayer y el hoy”…
El girasol es mi flor favorita, para mí significa que cada día seguiré la luz, aun si pareciera la oscuridad eterna. La abeja posada sobre ella: este hermoso insecto simboliza la elocuencia, inteligencia y poesía (Deméter en griego) y su miel, la representación universal de la dulzura. Acompaña este delicado obsequio, una bailarina española con sutil velo sevillano, plasmando graciosamente mi amor por esta danza llena de sangre, pasíón y fuerza, la adorable muñequita sostiene un libro de poesía, la esencia de mi vida, las letras y mi amor por ellas. Detalles de mi vida y personalidad en un singular obsequio.
Cómo agradecer a estos dos hermosos seres el poder plasmar mi espíritu en sus creaciones, hacer esto con sus manos y poner amor en ello. Gracias María Verónica, por arrancar el dolor de mi corazón y encerrarlo en esa pintura. Gracias Patty, por iluminar mi corazón con la luz del girasol, la dulzura de la miel y la paz de la poesía. Las amo.

domingo, 29 de julio de 2018

"DIOS DA, DIOS QUITA"


La experiencia mía y de seres queridos me ha dado la certeza que nunca podemos estar seguros de nada. ¿Les ha tocado aceptar alguna vez que aquello que nos llena de satisfacción y felicidad no suele ser eterno? Me refiero a que hoy puedes gozar de espléndida salud, prosperidad, amor, una vida deseada, la educación anhelada y de pronto…la nada. Todo llega junto, cuando lo bueno se presenta es como un engranaje, todo marcha de maravilla y es el momento en que nos sentimos plenos, sentimos que nada malo nos puede pasar, somos dueños de todo, nuestro estado de ánimo suele ser por lo general muy plácido, ya que el presente es inefable, y a pesar de todas esas maravillas no olvidamos agradecer por nuestras bendiciones. Pero, para algunos, a pesar de las diarias oraciones y bendiciones, de repente todo aquello que forjó se viene abajo, el trabajo, el amor, la salud y parece una burda broma de Dios y del destino que aquel bienestar nos sea arrebatado. Y es tan raro que cosas malas nos ocurran aun siendo agradecidos y no comprendemos por qué ocurren en nuestras vidas acontecimientos que creemos no merecer.

Los ladrones, llamemos a estos, los simples ladronzuelos de barrio, que te acorralan y te quitan aquello por lo que trabajaste y ahorraste, llamemos ladrona a aquella enfermedad que te quita la energía, la vitalidad, llamemos ladrones al tedio y a la costumbre en tu matrimonio, o a la soledad que te roba la esperanza y a pesar de todos estos usurpadores de tu felicidad, tú no dejas de alabar y dar gracias. Sin Dios no es fácil aceptar que las cosas de tus manos se vayan, pues casi siempre olvidamos que “Él es quien hace la herida y la venda, el que hiere y la cura con su mano” Job 5, 17-18

¿Cómo puede ser posible que el esfuerzo de mi trabajo alguien que se droga me lo arrebate o que absurdamente pierdas la billetera con el dinero dentro o que prestes tu firma para una garantía y te defrauden? ¿Cómo puede ser posible que tus manos alaben, hagan música para Dios, ésta sea tu sustento, trabajes en ello, eduques a generaciones y en tu madurez estas tiemblen al son del Parkinson y no te dejen continuar trabajando en lo que más amas?, sin embargo, sigues alabando y sigues dando gracias. ¿Cómo es posible que aquel matrimonio de tantos años se venga abajo, porque uno de ellos del otro está cansado? Y a pesar de ello, el que se queda, el que más ama, sigue bendiciendo y alabando. ¿Cómo es posible que, en vez de frustración y desesperación, en tu corazón haya esperanza? 


Y es entonces que viene a mi mente, Job. Él, mi héroe de la Biblia con su emblemática frase: “Dios da, Dios quita” y es ahí que con su ejemplo aún en la tristeza por lo perdido, en la incomprensión de la pérdida, nuestras manos sigan alabando, orando, bendiciendo y dando gracias, no sólo por lo material que se ha ido, por la salud que se pudo haber quebrantado o por la soledad que se ha quedado. Aprendemos a bendecir cada cosa o persona que hemos perdido, porque también perder es bendición, también perder es riqueza si tienes la convicción que Dios tiene todo bajo control,.

Dios da, Dios quita…amén Señor.

“Una esperanza guarda el árbol: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos” (Job 14, 7)



martes, 5 de junio de 2018

“MAESTROS, LEYES, ESTUDIANTES, PANDILLAS”



“La violencia escolar quebranta la autoridad docente en el aula”

Este es el título del artículo de un diario del país, lo leo y me doy cuenta de cuánto ha cambiado la sociedad en sí. Cuando era niña, el maestro era un ser intocable, hasta cierto punto venerable, como en todo tiempo hubo maestros maravillosos, otros no tanto y otros terribles. Esos maestros que te levantaban el espíritu y te hacían volar en sueños que, con el tiempo los lograste realizar. También existieron aquellos que te dijeron que nunca podrías, que no lo lograrías, pero acrecentaron tu valentía y con el tiempo los lograste alcanzar y superar. Los maestros de antes nos mantenían a raya, eran tan dulces o severos como lo podrían ser nuestros padres. En nuestras familias se inculcaba el respeto no sólo al maestro, sino al adulto en general. Hoy por hoy, el derecho que tienen los niños y adolescentes a expresarse es envidiable, nosotros no teníamos ese privilegio, sin embargo es un privilegio que se nos fue de las manos. Un padre ya no tiene el derecho de levantar la voz, peor un educador. Entonces la falta de autoridad en casa se extiende al centro educativo donde los maestros ahora deben respetar y aceptar normas y reglas en ocasiones absurdas; si las quebrantas pues debes aceptar las consecuencias. Actualmente si un estudiante estropea la clase con su altanería o grosería, el maestro no puede expulsarlo porque no le es permitido hacerlo, no hay sanción para el alumno irrespetuoso. Entonces como maestro debes manejar la situación de tal suerte que el resto de estudiantes no piense que ese mal comportamiento es “cool” y prosigan con la misma actitud, que por lo general es como un virus, contagioso.

He tenido la oportunidad de trabajar en escuelas de diferentes estratos sociales y en cada uno de ellos ha habido líderes estudiantiles que te han llevado al crecimiento como maestro (pero no todos los líderes han sido fáciles de manejar ni han sido buenos). He ahí el momento en que un verdadero maestro debe ajustarse bien los cinturones y manejar al grupo con autoridad, sin temor, pero esa autoridad, hoy en día a un maestro le puede costar la catedra, el nombramiento e incluso la vida (como aquel compañero amenazada a muerte por un estudiante expendedor de droga).

Cuando trabajé en un colegio fiscal nocturno de la ciudad de Guayaquil, fui maestra de pandilleros y de jovencitas que eran compañeras sexuales de más de uno, hablar de integridad, de superación personal a un grupo de jóvenes que considera que vender droga o el cuerpo, es más rentable que estudiar y esforzarse, no es fácil.

El primer día de clases en aquel instituto, todos mis compañeros temían por mí, por ser mujer, por mi pequeña contextura, mi voz infantil y por la juventud que en ese entonces tenía. Había un grupo de estudiantes que pertenecía a una banda y a quienes yo tendría que educar. Enseñar Lenguaje y Literatura a una juventud que no le interesaba, no fue fácil. Cuando llegué, lo primero que recibí fue el famoso silbido que los albañiles suelen dar a las mujeres, traté de ignorarlo y continué. El tomar asistencia para saber quién era quién al principio parecía una burla: “Presheeente Lishenshiada”, me decían, después me percaté que sería siempre así, así se expresaban. No voy a negar que al principio me dio temor, algunos eran ya adultos jóvenes, pandilleros, ladrones y quizá expendedores de droga (no todos, había honrosas excepciones). Todo lo acepté hasta que un día uno de ellos queriendo hacerse el “galán” y pretendiendo quizá desvalorizarme como educadora, me lanzó un sonoro beso en la clase con el consabido: “Estás rica mamita”.  Fue entonces cuando me hirvió la sangre y brotó aquella maestra antigua, aquella alma vieja que tengo en mis venas, me paré frente a mi agresor verbal y le dije: “No soy tu madre y a mí me respetas”. En la clase hubo un silencio sepulcral. Uno que otro quiso reírse,  miré fijamente a este estudiante que resultó ser el líder de la pandilla. Fueron largos segundos, bajó la mirada y me dijo: “Dishculpe Lishenshiada”.

Ganar prontamento el respeto de un grupo de 80 estudiantes no es fácil, pero me lo gané. Me expuse es cierto, fui y enfrenté a mi agresor, creo es cuestión de actitud. Ellos perciben el temor, los jóvenes miden tu capacidad, tu fortaleza. A este estudiante los otros profesores le ponían cualquier nota con tal de no tener problemas. Yo, lo hacía trabajar, pensar, lo alentaba, era brillante, ni él mismo se había dado cuenta de eso. No traía deberes, pero él veía que los otros sí, aquellos que eran de menor rango en su pandilla empezaron a despuntar, y él seguía igual. Un día empecé a caminar por las largas y apiñadas filas del curso y al llegar a su banca, estaba el libro abierto con el deber hecho.

-          -     ¿Lo hiciste tú? Fue mi pregunta.
-      -    ¿Qué pasha lishenchiada? -Revisé su deber y estaba todo incorrecto, había respondido sólo por llenar espacios sin analizar, quizá nunca pensó que leería sus respuestas. -
      -    Celebro el hecho de que hicieras la tarea, sin embargo, tus respuestas no son correctas.
-         -     Ya puesh lishenshiada, usted quería que hishiera el deber y lo hishe, si está bien o mal, ahí si pues no sé.

Sonreí y seguí revisando las otras tareas, me volteé y le dije:
-           -  Sigue intentando, tú puedes.

Y fue así que aquel estudiante que en un principio quisiera boicotear mi clase y hacerme perder autoridad, se convirtió en quien guardara la disciplina del salón y en un estudiante promedio. Y más aún, en mi guardaespaldas. Al salir de clases, las calles de este colegio eran muy solitarias y oscuras, tenía que pasar por las zonas de prostitutas y de mendigos (quienes me enseñaron una gran lección de vida, motivo de otro escrito), no llevaba mi carro porque me habían aconsejado no hacerlo. “Te lo van a desvalijar” me decían y obedientemente prefería ir y venir en “metrovía”.  Un día al salir del colegio se me acercó el mencionado alumno con otros dos estudiantes:
-          - Lishenshiada, nosotros la acompañamos a la estación- Debo admitir que sentía temor de ir acompañada de tres pandilleros por calles oscuras.

-                     - ¿Ustedes me van a proteger? Pregunté.

-                     -Claaaro Lishenshiada, nadie le va a hacer daño porque se las ven conmigo.

Me preguntaron si tenía carro y les dije que sí, pero que no lo llevaba porque la zona del colegio era considerada “zona roja”

-          -Lishenshiada, mañana traiga su carro no más, que nadie se lo va a tocar, mañana la esperamos aquí afuera del colegio a la entrada.

Y fue así, llevé mi carro, ellos me tenían separado el lugar, le dijeron a los que estaban en la calle:
-         
        -Este es el carro de mi profe, nadie me lo toca.

Nunca los vi expendiendo drogas ni robando, pero sabía que era la forma en que ellos vivían, sin embargo, me di cuenta que la disciplina que impuse entre ellos, y las charlas de autoestima que les daba, esas ganas de salvarlos, esa actitud “quijotense” que tenemos los verdaderos maestros, me llevaron a vivir esta experiencia. Eran peligrosos, lo sé, pero conmigo eran solo adolescentes que esperaban respeto, amor y consideración.

Lo que quiero decir es esto: siempre como educadores nos encontraremos con diferentes caras de la moneda, salir airoso no siempre será fácil, luchar contra los molinos de viento, traerá golpes y heridas, quizá para algunos colegas hasta acoso, por tratar de salvar a otros niños y adolescentes del narcotráfico en las escuelas, o de frenar el bulling, pero NUNCA debemos ser INDIFERENTES ante las circunstancias.

La ley no nos ampara, la ley no nos permite educar en valores, los padres incluso en ocasiones no nos dejan, ni siquiera podemos mencionar a Dios en nuestras conversaciones. La ley no nos permite ni levantar la voz, pero ¿saben qué? yo no hago caso a esas leyes, me las juego, porque sé que un “carajazo” dado a tiempo, un consejo bíblico, un abrazo cuando un estudiante lo necesita es importante en sus vidas. No me paso por la vida con la sola misión de enseñar reglas ortográficas, análisis de oraciones y textos literarios. Mi trabajo como educadora va más allá, mi trabajado como educadora es AMAR.


sábado, 12 de mayo de 2018

"LEVANTO MIS MANOS"

Hoy tuve una cita espectacular, en realidad no la esperaba, esperaba reunirme con dos amigos muy queridos, pero por cosas de la vida no coincidimos. Temprano en la mañana, Jimena me escribió para decir que su pequeño hijo estaba delicado de salud y no podría asistir, así que mi otro amigo, Héctor, a quien íbamos a celebrar su cumpleaños atrasado, me preguntó si igual nos reuniríamos o no y yo dije que sí. Salí apresuradamente de casa debido a mi exagerada puntualidad, habíamos quedado en que nuestra reunión sería un desayuno por nuestros apretados horarios, tal era mi apuro y ganas de ver a mi queridísimo amigo que, entre tanta cosa que tengo actualmente en mi cerebro, olvidé guardar el teléfono celular.

Llegué al lugar al cual habíamos pactado asistir, una linda y nueva cafetería frente al río, era la primera vez que todos iríamos a este local. Cuando llegué me percaté de la ausencia de mi teléfono y en ese momento me puse a  pensar en que no estaba segura si le había enviado o no la dirección a mi amigo (no lo hice). Pensé que en tiempos anteriores no estábamos sujetos a este dispositivo y los encuentros y desencuentros se daban a cada momento y que era el momento de experimentar qué tal me iba sin estar conectada al mundo mediante un celular. Moría de hambre, esperé alrededor de 25 minutos y mi acompañante no llegó. La mesera y administradora me miraban con lástima, seguramente pensaron que era otro tipo de cita y que había sido plantada, era gracioso ver sus rostros tan desencajados y tan solidarios a la vez,  fueron tan amables en hacerme sentir bien con sus atenciones.

En esa hermosa cafetería, adornada con una falsa vegetación que lucía tan real y con música ambiental diferente, me sentí muy en casa por lo acogedor del lugar. Me gusta la música cristiana, no soy muy adepta a escucharla en lugares públicos, pero en esta ocasión, sencillamente sentí que era especial. Elogié a la administradora por la música y por la atención. Como ya tenía hambre decidí desayunar sola observando al río y cómo éste arrastraba los verdes lechuguines con su corriente. 

Mis pensamientos divagaron por las diversas circunstancias que tengo ahora y también por todas las bendiciones de las que soy objeto, pero los seres humanos somos así, solemos preocuparnos de más por lo que no tenemos, por lo que aún no pasa o por lo que ya no se puede remediar. Miré el local y vi el vacío, sin embargo no sentí soledad, es extraño, pero aún estando sola, así no me siento; sin embargo las tribulaciones suelen estar en la mente y no te dejan descansar. Fue el momento en que escuché una canción, una alabanza, la más bella que he escuchado: "Levanto mis manos".

"Levanto mis manos aunque no tenga fuerzas, aunque tenga mil problemas, cuando levanto mis manos comienzo a sentir una unción que me hace cantar, comienzo a sentir el fuego...Cuando levanto mis manos mis cargas se van, nuevas fuerzas tú me das, todo eso es posible, cuando levanto mis manos"

Empecé a entonar la canción y poco a poco me sumergí en su letra, sentí esa hermosa unción que sólo te da la fe y la certeza que todo es perfecto, porque las cosas así tenían que ser a pesar de tus decisiones y de las circunstancias. Y aunque para algunos parecerá ridículo, en ese momento levanté mis manos, recibí amor frente al río, y alabé con fuerza a la divinidad, sea el nombre que le quieras dar. Terminó la canción, mis ojos húmedos y la sonrisa en mi corazón. El local seguía vacío y supe, en ese preciso momento que ese desayuno era sólo entre Él y yo. 

Un desencuentro con personas queridas, me llevó al encuentro más hermoso en mi corazón, salí después de desayunar con mi gran amor, con el alma renovada, al encuentro de otra amiga a seguir disfrutando de su hermosa bendición.

Te amo, gracias. 

miércoles, 9 de mayo de 2018

"EL COLIBRÍ"



Hoy en la mañana mientras regresaba a mi clase de Español, después de servirme una rica taza de café, escuché de una compañera de trabajo un triste lamento, hice una pausa, fui hacia donde ella estaba y pude observar que ella miraba hacia el piso con una gran tristeza. Había un pequeño y hermoso colibrí tirado en uno de los escalones, con sus patitas hacia arriba, era tan pequeño que se hubiera podido confundir con las hojas de un árbol en el pavimento. Me acerqué a verlo y me di cuenta que respiraba, respiraba pausadamente, tome una servilleta y lo coloqué en la palma de mi mano, sus ojitos se abrían y cerraban, no había pánico en él, había en sus ojos y en su respiración una tranquilidad que cualquier humano envidiaría en una situación similar. Se acercó Lila, otra compañera de trabajo y al verme con esta pequeña ave acurrucada en mi palma, me dijo: “Dale masajes en el pecho despacito”, procedí a darle “RCP” a un colibrí, masajeé su corazón con la yema de mi dedo anular para no presionar fuertemente su delicado corazón y puse su delicado pico en mis labios para tratar de darle oxígeno, lo hice muy lentamente, mientras sentía el calorcito de su cuerpo en mi palma. Mi compañera lo puso también en sus manos, estaba como atontado, intentamos abrir su piquito, pero no sabíamos cómo hacerlo, así que volví a ponerlo en mis labios y soplé lentamente otra vez, acaricié sus suavecitas alas, sabiendo que, otra oportunidad así, de acariciar a un mágico colibrí sería casi imposible volverla a tener.  “Está todo bien” “Está todo bien” le dije, como si me pudiera entender, y se lo repetía cada vez que las yemas de mis dedos acariciaban su multicolor plumaje.

Lila, lo tomó de mis manos y empezó a buscar sus patitas, eran tan pequeñitas que se escondían bajo sus plumas, las encontramos y ella empezó a movérselas hasta que el instinto de supervivencia hizo que la pequeña avecita se agarrara de su dedo índice. De pronto, casi mágicamente, el pequeño colibrí se incorporó, movió rápidamente su cabecita de izquierda a derecha y levantó su vuelo de veloz forma. Lila y yo sólo lo vimos alejarse, nos despedimos de él con una sonrisa y satisfacción de saberlo vivo.  “Sentí vida en mis manos” fueron sus palabras. Yo sentí vida en el corazón. Creo que ambas lo sentimos.

Y es que, por un momento al tener a esa diminuta y tierna ave en mis manos, el sentir su lánguido palpitar,me recordó la fragilidad de mis ancianos padres que, ahora son como avecitas delicadas, con ganas de vivir, atrapadas en un cuerpo que ya no tiene la energía de antes, pero con la ilusión de volver a volar alto con sus sueños.

Este pequeño picaflor llegó en un momento especial para Lila y para mí. Hoy en la mañana ambas experimentamos un gran susto causado por el desmejoramiento de la salud de nuestros padres, y ambas tuvimos al colibrí en nuestras manos y ambas ayudamos a que él vuelva a volar con sus sueños. El mensaje estaba implícito: “Debemos ayudarlos a emprender su próximo vuelo”.

“Está todo bien” pensé, y esa sensación de paz al acariciar esa pequeña ave, esa sensación de felicidad al verla volar, metafóricamente me llevó a pensar que es así como debemos aceptar algún día la muerte de los seres que amamos, de esas almas que, aun estándo llenas de vida y de sueños, algún día también deberán volar a un bendecido lugar.

Un pequeño colibrí hoy en mis manos, me hizo sentir la serenidad del adiós, la aceptación del hasta pronto, la ilusión de un más allá.


jueves, 11 de enero de 2018

"REZA POR MÍ"



Después de unas largas vacaciones, me reintegré a mi trabajo, sentía un gran dolor en el corazón, tenía una tristeza acumulada que no la podía expresar. Y es que la vida es así, cambia todo de un momento para otro, se acumulan las querellas y frente a la pena, enfermas irracionalmente el cuerpo y el alma por algo que ya no tiene solución. Traté de ocultar mi tristeza lo mejor que pude, pero por más que sonreía, era evidente que mis ojos no expresaban lo que mis labios obligaban fingir.

 Llegué a mi escritorio, armonicé el lugar lo mejor que pude, quise ocupar mi mente en algo útil, pero el dolor seguía ahí, intacto. De pronto, en un momento  me levanté como autómata, guiada por una energía que no puedo explicar, sólo caminé, abrí la puerta y me dirigí a la sala de mi compañera de Arte. Ella y yo mantenemos una buena relación de respeto y cariño. Hay algo místico en nuestra amistad, cada una puede sentir lo que le está pasando a la otra, sin llegar a ser íntimas amigas. Al verme, ella pudo observar mi angustia. Simplemente entré y la abracé, lloré como hace tiempo no lo hacía, con la libertad de exponer mi sentir ante alguien que, sin conocerme mucho, podía sentir mi dolor, sin juzgarme. Su consejo fue sabio, no muy diferente al de mis amigas de toda la vida, ese consejo que se da con amor, que te dice lo que necesitas, no lo que quieres escuchar, pero sin herir, sin lastimar, ese consejo que sientes proviene del corazón, ese consejo que te hace crecer y entender que hay cosas que sencillamente no se pueden cambiar, nada más. Luego de ser abrazada con un cariño ancestral, le dije entre lágrimas que fluían sin esfuerzo alguno, interrumpidas por breves lastímeros suspiros: "Reza por mí" y me fui.

Al siguiente día, fingiendo bienestar emocional para engañar a la razón, entré a su salón para ver un trabajo que estamos haciendo juntas. Hablamos del tema del trabajo, me pidió indicaciones, me hizo observaciones y antes de salir, me detuve frente a un cuadro que hizo que mi corazón callara y sintiera. 

- Qué lindo María Verónica. Le dije.

- Tuve que pintarlo, tuve que pintar tu dolor.

Y en la brevedad de ese encuentro, en un alto de mi vida, alguien me enseñó con su arte, con la forma en la que mejor se puede expresar, que no importa qué tan profundamente negro pueda ver el presente, ni qué tan inalcanzable parezca el futuro, las personas correctas Dios te las pone ahí, en el preciso momento en que él necesita hablarte a través de ellas o pintarte para que entiendas que "todo lo aparentemente malo que le pudiera pasar a un hijo de Dios, es para su bendición".

Volví a mirar el cuadro, me conmovió la expresión de la mirada, cómo pudo alguien conociéndome tan poco, ver más allá. Los indígenas norteamericanos tienen la creencia que si alguien los retrata o les toma una fotografía, su alma queda atrapada, tengo la convicción que Ma. Verónica hizo eso, tomó mi angustia y dolor,  los arrancó de mi ser y los encerró en esa pintura para siempre.

- ¿Ves la mirada? -Me preguntó-

-Así te sentí, llena de una gran tristeza, pero con tanta esperanza.

-¿Y sabes cómo se llama el cuadro? 

-¿Cómo?

-"Reza por mí", fue lo que me dijiste al despedirte.