Hoy en la mañana mientras regresaba a mi clase
de Español, después de servirme una rica taza de café, escuché de una compañera
de trabajo un triste lamento, hice una pausa, fui hacia donde ella estaba y
pude observar que ella miraba hacia el piso con una gran tristeza. Había un
pequeño y hermoso colibrí tirado en uno de los escalones, con sus patitas hacia
arriba, era tan pequeño que se hubiera podido confundir con las hojas de un
árbol en el pavimento. Me acerqué a verlo y me di cuenta que respiraba,
respiraba pausadamente, tome una servilleta y lo coloqué en la palma de mi
mano, sus ojitos se abrían y cerraban, no había pánico en él, había en sus ojos
y en su respiración una tranquilidad que cualquier humano envidiaría en una
situación similar. Se acercó Lila, otra compañera de trabajo y al verme con
esta pequeña ave acurrucada en mi palma, me dijo: “Dale masajes en el pecho
despacito”, procedí a darle “RCP” a un colibrí, masajeé su corazón con la yema
de mi dedo anular para no presionar fuertemente su delicado corazón y puse su
delicado pico en mis labios para tratar de darle oxígeno, lo hice muy
lentamente, mientras sentía el calorcito de su cuerpo en mi palma. Mi compañera
lo puso también en sus manos, estaba como atontado, intentamos abrir su
piquito, pero no sabíamos cómo hacerlo, así que volví a ponerlo en mis labios y
soplé lentamente otra vez, acaricié sus suavecitas alas, sabiendo que, otra
oportunidad así, de acariciar a un mágico colibrí sería casi imposible volverla
a tener. “Está todo bien” “Está todo bien”
le dije, como si me pudiera entender, y se lo repetía cada vez que las yemas de
mis dedos acariciaban su multicolor plumaje.
Lila, lo tomó de mis manos y empezó a buscar
sus patitas, eran tan pequeñitas que se escondían bajo sus plumas, las encontramos
y ella empezó a movérselas hasta que el instinto de supervivencia hizo que la pequeña
avecita se agarrara de su dedo índice. De pronto, casi mágicamente, el pequeño
colibrí se incorporó, movió rápidamente su cabecita de izquierda a derecha y
levantó su vuelo de veloz forma. Lila y yo sólo lo vimos alejarse, nos
despedimos de él con una sonrisa y satisfacción de saberlo vivo. “Sentí vida en mis manos” fueron sus palabras.
Yo sentí vida en el corazón. Creo que ambas lo sentimos.
Y es que, por un momento al tener a esa diminuta
y tierna ave en mis manos, el sentir su lánguido palpitar,me recordó la fragilidad de mis ancianos padres que,
ahora son como avecitas delicadas, con ganas de vivir, atrapadas en un cuerpo
que ya no tiene la energía de antes, pero con la ilusión de volver a volar alto
con sus sueños.
Este pequeño picaflor llegó en un momento
especial para Lila y para mí. Hoy en la mañana ambas experimentamos un gran
susto causado por el desmejoramiento de la salud de nuestros padres, y ambas
tuvimos al colibrí en nuestras manos y ambas ayudamos a que él vuelva a volar
con sus sueños. El mensaje estaba implícito: “Debemos ayudarlos a emprender su
próximo vuelo”.
“Está todo bien” pensé, y esa sensación de paz
al acariciar esa pequeña ave, esa sensación de felicidad al verla volar,
metafóricamente me llevó a pensar que es así como debemos aceptar algún día la
muerte de los seres que amamos, de esas almas que, aun estándo llenas de vida y de
sueños, algún día también deberán volar a un bendecido lugar.
Un pequeño colibrí hoy en mis manos, me hizo
sentir la serenidad del adiós, la aceptación del hasta pronto, la ilusión de un
más allá.
wow
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ResponderEliminarestaba cool la historia
ResponderEliminarGracias Ale.
EliminarQue linda historia!
ResponderEliminarGracias querido Sebastian
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