miércoles, 9 de mayo de 2018

"EL COLIBRÍ"



Hoy en la mañana mientras regresaba a mi clase de Español, después de servirme una rica taza de café, escuché de una compañera de trabajo un triste lamento, hice una pausa, fui hacia donde ella estaba y pude observar que ella miraba hacia el piso con una gran tristeza. Había un pequeño y hermoso colibrí tirado en uno de los escalones, con sus patitas hacia arriba, era tan pequeño que se hubiera podido confundir con las hojas de un árbol en el pavimento. Me acerqué a verlo y me di cuenta que respiraba, respiraba pausadamente, tome una servilleta y lo coloqué en la palma de mi mano, sus ojitos se abrían y cerraban, no había pánico en él, había en sus ojos y en su respiración una tranquilidad que cualquier humano envidiaría en una situación similar. Se acercó Lila, otra compañera de trabajo y al verme con esta pequeña ave acurrucada en mi palma, me dijo: “Dale masajes en el pecho despacito”, procedí a darle “RCP” a un colibrí, masajeé su corazón con la yema de mi dedo anular para no presionar fuertemente su delicado corazón y puse su delicado pico en mis labios para tratar de darle oxígeno, lo hice muy lentamente, mientras sentía el calorcito de su cuerpo en mi palma. Mi compañera lo puso también en sus manos, estaba como atontado, intentamos abrir su piquito, pero no sabíamos cómo hacerlo, así que volví a ponerlo en mis labios y soplé lentamente otra vez, acaricié sus suavecitas alas, sabiendo que, otra oportunidad así, de acariciar a un mágico colibrí sería casi imposible volverla a tener.  “Está todo bien” “Está todo bien” le dije, como si me pudiera entender, y se lo repetía cada vez que las yemas de mis dedos acariciaban su multicolor plumaje.

Lila, lo tomó de mis manos y empezó a buscar sus patitas, eran tan pequeñitas que se escondían bajo sus plumas, las encontramos y ella empezó a movérselas hasta que el instinto de supervivencia hizo que la pequeña avecita se agarrara de su dedo índice. De pronto, casi mágicamente, el pequeño colibrí se incorporó, movió rápidamente su cabecita de izquierda a derecha y levantó su vuelo de veloz forma. Lila y yo sólo lo vimos alejarse, nos despedimos de él con una sonrisa y satisfacción de saberlo vivo.  “Sentí vida en mis manos” fueron sus palabras. Yo sentí vida en el corazón. Creo que ambas lo sentimos.

Y es que, por un momento al tener a esa diminuta y tierna ave en mis manos, el sentir su lánguido palpitar,me recordó la fragilidad de mis ancianos padres que, ahora son como avecitas delicadas, con ganas de vivir, atrapadas en un cuerpo que ya no tiene la energía de antes, pero con la ilusión de volver a volar alto con sus sueños.

Este pequeño picaflor llegó en un momento especial para Lila y para mí. Hoy en la mañana ambas experimentamos un gran susto causado por el desmejoramiento de la salud de nuestros padres, y ambas tuvimos al colibrí en nuestras manos y ambas ayudamos a que él vuelva a volar con sus sueños. El mensaje estaba implícito: “Debemos ayudarlos a emprender su próximo vuelo”.

“Está todo bien” pensé, y esa sensación de paz al acariciar esa pequeña ave, esa sensación de felicidad al verla volar, metafóricamente me llevó a pensar que es así como debemos aceptar algún día la muerte de los seres que amamos, de esas almas que, aun estándo llenas de vida y de sueños, algún día también deberán volar a un bendecido lugar.

Un pequeño colibrí hoy en mis manos, me hizo sentir la serenidad del adiós, la aceptación del hasta pronto, la ilusión de un más allá.


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