sábado, 12 de mayo de 2018

"LEVANTO MIS MANOS"

Hoy tuve una cita espectacular, en realidad no la esperaba, esperaba reunirme con dos amigos muy queridos, pero por cosas de la vida no coincidimos. Temprano en la mañana, Jimena me escribió para decir que su pequeño hijo estaba delicado de salud y no podría asistir, así que mi otro amigo, Héctor, a quien íbamos a celebrar su cumpleaños atrasado, me preguntó si igual nos reuniríamos o no y yo dije que sí. Salí apresuradamente de casa debido a mi exagerada puntualidad, habíamos quedado en que nuestra reunión sería un desayuno por nuestros apretados horarios, tal era mi apuro y ganas de ver a mi queridísimo amigo que, entre tanta cosa que tengo actualmente en mi cerebro, olvidé guardar el teléfono celular.

Llegué al lugar al cual habíamos pactado asistir, una linda y nueva cafetería frente al río, era la primera vez que todos iríamos a este local. Cuando llegué me percaté de la ausencia de mi teléfono y en ese momento me puse a  pensar en que no estaba segura si le había enviado o no la dirección a mi amigo (no lo hice). Pensé que en tiempos anteriores no estábamos sujetos a este dispositivo y los encuentros y desencuentros se daban a cada momento y que era el momento de experimentar qué tal me iba sin estar conectada al mundo mediante un celular. Moría de hambre, esperé alrededor de 25 minutos y mi acompañante no llegó. La mesera y administradora me miraban con lástima, seguramente pensaron que era otro tipo de cita y que había sido plantada, era gracioso ver sus rostros tan desencajados y tan solidarios a la vez,  fueron tan amables en hacerme sentir bien con sus atenciones.

En esa hermosa cafetería, adornada con una falsa vegetación que lucía tan real y con música ambiental diferente, me sentí muy en casa por lo acogedor del lugar. Me gusta la música cristiana, no soy muy adepta a escucharla en lugares públicos, pero en esta ocasión, sencillamente sentí que era especial. Elogié a la administradora por la música y por la atención. Como ya tenía hambre decidí desayunar sola observando al río y cómo éste arrastraba los verdes lechuguines con su corriente. 

Mis pensamientos divagaron por las diversas circunstancias que tengo ahora y también por todas las bendiciones de las que soy objeto, pero los seres humanos somos así, solemos preocuparnos de más por lo que no tenemos, por lo que aún no pasa o por lo que ya no se puede remediar. Miré el local y vi el vacío, sin embargo no sentí soledad, es extraño, pero aún estando sola, así no me siento; sin embargo las tribulaciones suelen estar en la mente y no te dejan descansar. Fue el momento en que escuché una canción, una alabanza, la más bella que he escuchado: "Levanto mis manos".

"Levanto mis manos aunque no tenga fuerzas, aunque tenga mil problemas, cuando levanto mis manos comienzo a sentir una unción que me hace cantar, comienzo a sentir el fuego...Cuando levanto mis manos mis cargas se van, nuevas fuerzas tú me das, todo eso es posible, cuando levanto mis manos"

Empecé a entonar la canción y poco a poco me sumergí en su letra, sentí esa hermosa unción que sólo te da la fe y la certeza que todo es perfecto, porque las cosas así tenían que ser a pesar de tus decisiones y de las circunstancias. Y aunque para algunos parecerá ridículo, en ese momento levanté mis manos, recibí amor frente al río, y alabé con fuerza a la divinidad, sea el nombre que le quieras dar. Terminó la canción, mis ojos húmedos y la sonrisa en mi corazón. El local seguía vacío y supe, en ese preciso momento que ese desayuno era sólo entre Él y yo. 

Un desencuentro con personas queridas, me llevó al encuentro más hermoso en mi corazón, salí después de desayunar con mi gran amor, con el alma renovada, al encuentro de otra amiga a seguir disfrutando de su hermosa bendición.

Te amo, gracias. 

miércoles, 9 de mayo de 2018

"EL COLIBRÍ"



Hoy en la mañana mientras regresaba a mi clase de Español, después de servirme una rica taza de café, escuché de una compañera de trabajo un triste lamento, hice una pausa, fui hacia donde ella estaba y pude observar que ella miraba hacia el piso con una gran tristeza. Había un pequeño y hermoso colibrí tirado en uno de los escalones, con sus patitas hacia arriba, era tan pequeño que se hubiera podido confundir con las hojas de un árbol en el pavimento. Me acerqué a verlo y me di cuenta que respiraba, respiraba pausadamente, tome una servilleta y lo coloqué en la palma de mi mano, sus ojitos se abrían y cerraban, no había pánico en él, había en sus ojos y en su respiración una tranquilidad que cualquier humano envidiaría en una situación similar. Se acercó Lila, otra compañera de trabajo y al verme con esta pequeña ave acurrucada en mi palma, me dijo: “Dale masajes en el pecho despacito”, procedí a darle “RCP” a un colibrí, masajeé su corazón con la yema de mi dedo anular para no presionar fuertemente su delicado corazón y puse su delicado pico en mis labios para tratar de darle oxígeno, lo hice muy lentamente, mientras sentía el calorcito de su cuerpo en mi palma. Mi compañera lo puso también en sus manos, estaba como atontado, intentamos abrir su piquito, pero no sabíamos cómo hacerlo, así que volví a ponerlo en mis labios y soplé lentamente otra vez, acaricié sus suavecitas alas, sabiendo que, otra oportunidad así, de acariciar a un mágico colibrí sería casi imposible volverla a tener.  “Está todo bien” “Está todo bien” le dije, como si me pudiera entender, y se lo repetía cada vez que las yemas de mis dedos acariciaban su multicolor plumaje.

Lila, lo tomó de mis manos y empezó a buscar sus patitas, eran tan pequeñitas que se escondían bajo sus plumas, las encontramos y ella empezó a movérselas hasta que el instinto de supervivencia hizo que la pequeña avecita se agarrara de su dedo índice. De pronto, casi mágicamente, el pequeño colibrí se incorporó, movió rápidamente su cabecita de izquierda a derecha y levantó su vuelo de veloz forma. Lila y yo sólo lo vimos alejarse, nos despedimos de él con una sonrisa y satisfacción de saberlo vivo.  “Sentí vida en mis manos” fueron sus palabras. Yo sentí vida en el corazón. Creo que ambas lo sentimos.

Y es que, por un momento al tener a esa diminuta y tierna ave en mis manos, el sentir su lánguido palpitar,me recordó la fragilidad de mis ancianos padres que, ahora son como avecitas delicadas, con ganas de vivir, atrapadas en un cuerpo que ya no tiene la energía de antes, pero con la ilusión de volver a volar alto con sus sueños.

Este pequeño picaflor llegó en un momento especial para Lila y para mí. Hoy en la mañana ambas experimentamos un gran susto causado por el desmejoramiento de la salud de nuestros padres, y ambas tuvimos al colibrí en nuestras manos y ambas ayudamos a que él vuelva a volar con sus sueños. El mensaje estaba implícito: “Debemos ayudarlos a emprender su próximo vuelo”.

“Está todo bien” pensé, y esa sensación de paz al acariciar esa pequeña ave, esa sensación de felicidad al verla volar, metafóricamente me llevó a pensar que es así como debemos aceptar algún día la muerte de los seres que amamos, de esas almas que, aun estándo llenas de vida y de sueños, algún día también deberán volar a un bendecido lugar.

Un pequeño colibrí hoy en mis manos, me hizo sentir la serenidad del adiós, la aceptación del hasta pronto, la ilusión de un más allá.