miércoles, 11 de agosto de 2021

"ES MI GUAGUA"

He pasado días difíciles en el hospital. Mi padre tuvo un infarto cerebral y fue hospitalizado de urgencia luego de un largo peregrinar en hospitales privados y públicos hasta que, gracias a la intervención divina y la de un querido amigo, mi padre fue atendido en el Hospital de los Ceibos. Los cuatro primeros días fueron llenos de incertidumbre, papá parecía iba a morir, esa era la impresión que tenía cada vez que me dejaban entrar a verlo por cinco pequeños, pequeñísimos minutos, en los que quieres detener al mundo y aferrarte a la mano del ser que amas. Su mirada estaba vacía, su voz había emigrado y se había convertido en un inentendible balbuceo, mi presencia lo emocionaba al borde de las lágrimas, rezábamos juntos y a pesar de no modular palabra, su oración era clara, provenía del alma. El primer día que me vio, sonrIó y apretó mi mano, los tres siguientes días, no. Manuel, un médico amigo, (más bien un ángel amigo) me daba alientos e hizo todo para que papá fuera trasladado a una habitación y saliera del área de observación y lo consiguió, desde ese momento mi padre renació, el amor hizo lo suyo y muy pronto las terapias de rehabilitación harán lo propio.

Mi padre y yo compartimos habitación con tres pacientes más, y digo "compartimos" porque una vez que entras con el paciente no puedes salir, tampoco lo deseaba, permanecer a su lado me daba alivio, esperanza y la certeza que papá mejoraría.

Junto a mi padre yacía un anciano de características y nombre indígenas. Tenía las manos tal cual las dibujaban Kingman y Guayasamín, manos llenas de grietas, de zurcos dolientes, de uñas ennegrecidas por el abono del campo o por los hongos de la humedad de la tierra, tenía las marcas de una vida de trabajo sacrificado. Sus ojos tenían la tristeza milenaria de esta raza valiente, pero oprimida, su sonrisa sin dentadura era nostálgica.

Cuando llegué a la habitación papá dormía solitario y desprotegido, mi corazón saltó a su lado, besé su frente y lo protegí del frío y de la soledad. Le prodigué los cuidados que todo hijo debe tener hacia cualquiera de sus padres.

Don Quishpe me observaba, callado y meditabundo, algo melancólico, él bajaba su humilde mirada hacia sus sábanas y arreglaba su torcida colcha para disimular.

Pasaron uno, dos tres, cuatro, cinco días hasta que alguien lo viniera a visitar. Su visitante llegó acompañado de una enfermera que rompiendo el protocolo de bioseguridad le permitió ver a su padre. En ese momento no importó la bioseguridad, ver el rostro iluminado de Don Quishpe valía la pena.

-Mire a quien le traigo - dijo la enfermera.
-¿Sabe quién es él? (la típica pregunta a los ancianitos cuando se los ve un poco desubicados)
- ¡ES MI GUAGUA! dijo lleno de felicidad.

La visita de su "guagua" fue tan rápida que no dio tiempo a "te quieros" y a "te extrañamos" un par de frutas y galletas para el "taita" y el "guagua" arrogante más que amoroso, tenía más prisa por irse que permanecer junto a él.

"No sabes las circunstancias de las otras personas " me dijo una amiga cuando cuestioné la falta de familiares de Don Quishpe y de otro anciano prácticamente abandonado en la sala de pacientes.

Don Quishpe permanecía en una bata de hospital con los pañales que el hospital le facilitaba y el cariño que dos extrañas le dábamos. Lo ayudábamos a comer, a buscar a las enfermeras para su higiene, entre otras cosas, a los pocos días me quedé como la única hija de Don Quishpe.

Hasta el día que le dieron el alta a mi papá, el "guagua" de don Quishpe no volvió a aparecer ni nadie más. No le pregunté por su familia, no quería ahondar su pena, podría ser que nadie de su familia viviera en esta ciudad o que su único hijo fuera muy ocupado ¿Quién sabe?

Un día arreglé su colcha y quise acomodarlo en su cama, me di cuenta que tenía una pierna amputada y que esa era la razón de su hospitalización. Había sufrido una caída y su pierna se había engangrenado, y a pesar de ello su rostro dulce y cansado no dejaba de sonreír.
Una noche lo escuché sollozar, bajito, como reteniendo ese canto milenario ante el dolor y la soledad.

Cierta tarde que me acerqué para ayudarlo con la colada vespertina, me sonrió, y me ofreció una mandarina y un paquete de galletas (que le había llevado el "guagua") ¡Gracias por toda su ayuda! -me dijo mientras me sonreía y yo sonreí también.

-Me dijo que su nombre era Piedad ¿verdad?
- Ajá
-Señorita, usted le hace honor a su nombre.

Yo no supe qué decir...

Llegó el día tan esperado, mi padre fue dado de alta con un buen pronóstico de recuperación. Me despedí de los compañeros de habitación y sus cuidadores. Me acerqué a la cama de don Quishpe, sus ojos se humedecieron, su sonrisa era triste y agradecida, tomó mi mano y sentí la aspereza de las suyas, lo bendije con la señal de la cruz en la frente (como hago con mi padre) y él con su sonrisa me volvió a decir "Gracias" y me bendijo el alma, el corazón.

¡Que Dios lo cuide mucho, Don Quishpe!


 

viernes, 28 de mayo de 2021

"ARTURO, EL BÚHO" un cuento de María Piedad Lombeida Alejandro

 


He leído muchas historias familiares en las cuales las madres son verdaderas heroínas de la narración. Sin duda alguna, ellas siempre serán nuestra mayor inspiración, las campeonas de nuestra historia, de nuestra existencia; porque son los seres en los cuales germina la vida y su amor y protección sobrepasa incluso la muerte, pero… ¿Y qué hay de los papás? Casi nadie habla de los padres y menos aún de los padres solteros, viudos o adoptivos. Muy poco se habla de aquellos “Arturos” que, dejando su vida mundana se convierten también en padre y madre de sus hijos. 

Este libro es un homenaje a aquel padre que, a pesar de la soledad (no importa las causas de ésta) y las múltiples tareas, sigue adelante por sus hijos, lucha por verlos crecer, realizados y felices y sobre todo se esfuerza por ser un ejemplo para ellos.

Este libro es también un recordatorio a todos los hijos para que, cuando llegue el momento de expandir sus alas y levantar el vuelo hacia sus sueños, sepan que siempre habrá un lugar en el nido al cual podrán retornar, que siempre habrá un lugar en el corazón bondadoso de un padre que por amor los dejó marchar. Es un recordatorio de lo doloroso que puede ser el olvido y lo maravillosa que es la gratitud.

Disponible en LIbrería "Española" a nivel nacional y en la ciudad de Quito en Librería Rayuela.

La autora.


¿DÓNDE ESTÁ MI MAMÁ?


Ella me observa con agradecimiento mientras le doy su almuerzo, de pronto hace una pregunta que llena mi corazón de melancolía:


-¿Y su mamá, dónde está? y aunque sé que su mente emigró a un mundo sin dolor ni agonía, le respondo:

-No sé, no sé a dónde se fue mi mamá - mientras acaricio su bello rostro.
(En verdad quisiera saber dónde está, ir por ella y traerla de vuelta)

Ella me ve entristecer y entristece conmigo.
- ¿Se murió? -me pregunta.
- No, gracias a Dios no, pero ya no me recuerda -le digo con mis ojos humedecidos, se humedecen los de ella y toma mi mano.

-Pero usted es muy buena. Ella la va a recordar...

Y entonces mis lágrimas no pueden sostenerse y me disculpo para ir hacia el jardín y llorar.

Regreso a su lado y ha olvidado nuestra conversación, yo he secado mis lágrimas y ella sonríe al verme, abraza su peluche y se convierte en mi niña, en mi bebé.

La bendición de tenerla a mi lado aunque ella no sepa quien soy me llena de alegría, me llena el alma.

Me quedo con la gran amistad y complicidad que tuvimos durante tantos años, con sus consejos, con su ejemplo, con su gran amor.

¿Dónde está mi mamá? 
Ella está en todas partes, en mis recuerdos, en mis pensamientos...pero de manera especial, siempre estará en mi corazón.