He observado que, viviendo en una sociedad donde aún prevalece el predominio masculino, los gestos y la amabilidad propia del caballero, hoy en día, los realiza una mujer, de hecho, me ha tocado muchas veces ser el “caballero” en situaciones en las cuales he estado rodeada de varones que no hacen nada por ayudar al prójimo, no digo a otra mujer (que sería lo propio). Nos hemos ganado “a punta de reclamos y protestas” el derecho a nuestra igualdad y hemos demostrado que somos tan capaces de hacer labores que antes estaban solo definidas para hombres, en nuestro esfuerzo por demostrar individualidad e independencia, conseguimos que el género masculino nos aceptara como sus pares, tan fuertes y autónomas como ellos, y en realidad lo somos, pero, para mi concepto, por mucho que seamos iguales, hay costumbres que no se deben olvidar por mucha homogeneidad o modernismo.
Yo vivo en una avenida principal y cada día tratar de sacar mi carro es una proeza, nadie, absolutamente nadie ayuda a su semejante. Los conductores ven la puerta abierta de mi garaje, mi carro tratando de salir, las luces del “parking” encendidas, pero en un egoísmo sin precedentes, nadie suele condolerse, porque todo el mundo piensa en sí mismo y todo el mundo tiene un horario que cumplir. Es entonces cuando, MÁGICAMENTE, un auto se para para detener, entre pitos de desespero, a los otros vehículos y dar paso. Debo admitir que ese gesto de amabilidad me sorprende, suelo siempre dar las gracias con mi pulgar hacia arriba cuando hallo este gesto de solidaridad y bondad, lo curioso es que, casi el 99% de las veces, quien cede el paso, es una mujer.
Ayer, fui a un centro comercial de la ciudad, me dirigía por la zona peatonal, y como en Ecuador “el carro es el que tiene el privilegio, no el peatón” instintivamente me detuve, mientras el auto se detenía abruptamente también, al dirigir mi mirada hacia el conductor vi a una amable mujer que me señalaba con su mano que pasara, mi respuesta fue una sonrisa que fue correspondida. “Es de las mías” pensé, porque el mismo gesto suelo tenerlo yo con los peatones.
Al salir de la gasolinera, uno tiene que esperar hasta que ningún carro pase por la calle principal para poder salir, cuando un auto se detiene para ceder el paso, sé inmediatamente que se trata de una “caballerosa” mujer, cuando quien cede el paso es un hombre, ¡Créanme! Caigo en gran asombro.
Como en ocasiones suelo usar la Metrovía, he tenido que ceder el asiento a personas mayores o mujeres con niños, incluso a hombres con bebé en brazos, porque, aun siendo la persona que está sentada al lado mío un hombre, nunca se le habría pasado por su mente ceder el asiento. Es más, con tanta frecuencia, fingen dormir.
El subir al ascensor, es un atropellamiento masivo, no importa quién es quién, muy pocos son los varones que se detienen en la puerta para darte paso (que gracias a Dios sí los hay), por lo general son caballeros de otra generación. es algo muy atípico hoy en día, aunque en ocasiones te llevas lindas sorpresas.
La “caballerosidad femenina” es más frecuente cada día. A falta de esta hermosa dosis de humanidad hacia los demás (no necesariamente mujer) las mujeres somos más amables y consideradas que nuestros hombres, quizá para suplir entre nosotras la falta de esa hermosa costumbre.
En cierta ocasión increpé a un estudiante por no cederle el asiento a su compañera ya que ambos peleaban por una silla.
- ¿Por qué no le cedes el asiento a tu compañera si es una dama?
- Ella no es una dama –me dijo- Juega como hombre.
Entonces lo miré y le dije: “Así tú consideres que una mujer no es una dama, tú siempre deberás ser un caballero”.
Algunos padres ya no educan en estos valores, ese podría ser el principio de todo. Hace un mes salí a comer con un amigo quien instintivamente me colocó hacia la parte interior de la acera, ¿Por qué lo hacía? Su madre le había enseñado que debía proteger a la dama de cualquier accidente. Tenía un jefe que cada vez que él veía que yo iba a abrir la puerta, él se apresuraba a abrirla, y me decía: “Mientras haya un caballero junto a usted, jamás deberá abrir una puerta”. Costumbres de antaño, que jamás deberían desaparecer.
Más que la “caballerosidad”, que sí existe en algunos varones, debo ser honesta, lo que quiero plantear aquí es la importancia de ser solidario con los demás, independientemente de su género, es decir, si vamos por la vida sólo pensando en nuestro tiempo y en nuestra comodidad, nos encontraremos con gente que actuará de igual forma con nosotros y será un ciclo sin fin. Cada vez que soy “caballerosa” con alguien al ceder el paso, el asiento, al abrir una puerta, al sostener la puerta del ascensor…lo que recibo de la otra persona es una amable sonrisa de agradecimiento, la misma sonrisa que doy yo cuando alguien hace eso por mí y ese solo gesto cambió mi día y quizá el de alguien más.