MI MILAGRO DE VIERNES SANTO
Hoy por segunda ocasión acompañé
a una de mis mejores amigas a cumplir su penitencia en la procesión del Cristo
del Consuelo, su agradecimiento es infinito puesto que gracias a la intercesión
divina, su hija aún está con nosotros y goza de excelente salud.
El año pasado nuestro grupo de
peregrinación se remontaba sólo a tres, tres amigas que torpemente seguíamos
los pasos de una procesión, la cual -en mi
caso- era la primera. Este año fuimos cinco amigas quienes juntas
como los dedos de una mano, caminamos con esa hermandad que sólo Dios puede
entender.
Durante mi caminata pude observar
tantas cosas: fe que desbordaba paganismo, imágenes por doquier, ramos de
palmas que desforestan nuestros campos, rosarios de colores; que parecían más
adornos vanidosos que un recuento de la vida de Jesús, vendedores de lotería,
de comida, de bebidas, personas que utilizaban a sus deshidratadas mascotas
para vender sus “modas caninas”, jugadores de cuarenta… y ESPERANZA.
A pesar de toda esta idolatría y
este comercio inmensurable de la fe, un mercado que hoy en día Jesús nuevamente
aborrecería; había gente que caminaba
con su corazón contento, con su alma pura, con esperanza de tiempos mejores, y
otros en cambio con agradecimiento por favores o milagros concedidos. Hubiera
deseado tanto tener una cámara para plasmar cada rostro, cada gesto, mas tengo
grabado cada uno en mi memoria, cada paso, uno a uno.
Este año, volvimos a realizar
nuestra procesión torpemente, pero llenas de emoción por ser ahora cinco
hermanas y una amiga más junto a su hija. Lo más hermoso fue recibir el abrazo
de mis amigas al llegar a la iglesia, entramos y de pronto alguien nos recordó
que debíamos descubrir nuestra cabeza al entrar al templo (una amiga y yo
llevábamos gorra), nos ubicamos en una fila que ni siquiera sabíamos hacia
dónde nos llevaba, una señora vestida de blanco, nos indicaba muy molesta por
dónde debíamos ir, llamaba la atención y retaba a todos los feligreses ahí
presentes, y yo pensé –¿No es ella la que debería recibirnos con amor? ¿Por qué si era un día tan santo, ella estaba
tan molesta? ¿Por qué ella no tenía caridad con las ancianas que no querían
respetar la fila y sencillamente dejarlas ingresar? ¿Por qué, por qué, por qué? Pues sencillamente sólo ella tendrá las
respuestas en su corazón. Pero nosotras seguíamos en nuestro peregrinar, finalmente
me enteré que esa fila era para pasar por el lugar donde el Cristo suele estar
ubicado, sentí una extraña emoción al llegar a ese lugar, algo dentro de mí se
estremeció y en ese fugaz momento, sólo pude pensar en que Dios podría sanar
las piernas de mi mamá, en el fondo de mi corazón, es el mayor de mis anhelos. Pero no hubo tiempo de orar, el caminar debía
ser rápido, pues la fila era larga y la señora de blanco, pues…no dejaba de
pelear; bajamos del lugar señalado y nos arrodillamos a orar en una de las
bancas destinadas para ello.
Cuando hay mucha bulla, no logro
concentrarme en la oración, pero cómo me gusta observar a mi alrededor y ver
los rostros de santidad que ponen las personas al orar. Yo me incorporé rápido
de mi fugaz oración, mientras veía en el rostro de mis amigas un recogimiento
que yo sólo puedo obtener en la paz de un templo en silencio o en la paz de mi
habitación, mirarlas me dio mucho sosiego y felicidad, sentí que sus oraciones
eran una conexión inmediata con el creador.
Continuamos con nuestra aún torpe
peregrinación, perdimos algunas estaciones y tuvimos que “igualar” nuestro "Vía
Crucis" en la undécima estación. Cada una oró, unas con más fe que otras, unas
con más devoción, pero todas juntas en un solo corazón.
Tuvimos que atravesar sinnúmero
de mercadillos, escuchar música religiosa en alto parlante, y mientras
caminábamos observaba hacia arriba, hacia los lados, me emocionaba tanto ver
los balcones con familias enteras emocionadas con la llegada de la imagen, y en definitiva, es sólo una imagen; pero…por qué
nos hace sentir tan bien. Así nos llamen idólatras los hermanos de otras
religiones, es quizá un instrumento que encontró Dios para unirnos, mientras
que otros están seguro que es para separarnos, a mí me mueve Dios y el amor a
los seres que amo y entre ellos: mis amigas.

Entre la decepción y la ira que
causaron los hermanos separados, nos repusimos del susto de haber logrado salir
de aquella batalla religiosa que se originó ante la llegada del “Cristo del
Consuelo” y poder terminar nuestro "Vía Crucis" en paz. A nosotras siempre se nos desborda el buen humor y después de todo este suceso, empezamos a reír,
desafortunadamente nuestra amiga que se había unido a nuestra hermandad, se
perdió entre el tumulto y la estampida humana que se formó, de igual manera; el
humor nos invadió, sin celulares para comunicarnos, pues era imposible
reencontrarnos; caminamos por cuadras para buscar un lugar donde romper el ayuno
(algunas) y sentadas en nuestro improvisado restaurante, contamos nuestras
cosas, de ayer, de ahora, de siempre…las miré y en el fondo de mi corazón le di
gracias a Dios por el milagro más lindo que él me dio, no sólo este Viernes
Santo, sino la vida entera: “NUESTRA AMISTAD”.