Y la peste
llegó, como muchos, al principio no le di gran importancia, consideraba que
era una gripe sobredimensionada y con demasiado marketing, las noticias de
muertes al otro lado del mundo me parecían tristes, pero pensé que nunca
cruzaría el océano, que no llegaría hasta nosotros…pero me equivoqué. Pasé de
criticar y considerar “adefesiosos” a los que tomaban precauciones exageradas a
ser hoy en día una más de ellos, de considerar los noticieros amarillistas y
alarmistas a sintonizarlos con la sola esperanza de que haya buenas
noticias.
Y la peste
llegó, y se llevó ilusiones de matrimonios tanto tiempo planificados (menos
uno, el “aniñado”, el que celebró entre luces y oropel su unión sin importar contagiar
a la mitad de los invitados, y a éstos tampoco les importó mucho ser
contagiados, preferible morir a no asistir al matrimonio de la “socialité” y la
prensa prefirió echarle la culpa a la paciente “cero” y callar la verdad de
este suceso), se llevó sueños de recién graduados, de madres primerizas, de
viajes tan planeados.
Y la peste
llegó, y con ella llegaron: el encierro, las tristezas, el llanto, las
despedidas sin abrazos, el adiós eterno sin apretar la mano del ser amado.
La peste
llegó y trataba de buscarle un lado amable, trataba de encontrarle sentido a su
existencia y me hallo con tantas explicaciones, teorías y después de ellas…la
nada.
Y de pronto
la nada tiene respuesta cuando veo en las noticias cosas tan hermosamente
humanas, tan tristemente bellas, tan solidariamente demostradas; como aquella
pequeña que tenía tanta prisa por llegar a los brazos de su madre que nació en
una apurada patrulla camino al hospital, jóvenes policías de parteros,
inexpertos, la ayudaban y al recibirla en sus brazos, lloran de alegría al ver
nacer la vida en medio de tanto caos, adiós, muerte y desesperanza. Escucho la noticia del
sacerdote que decide dejar de respirar para que al joven que lo acompaña en
terapia intensiva le den una oportunidad. Observo a muchos médicos y enfermeras
enarbolar su bandera, hacer real su juramento y entregar hasta la vida por
aquellos que no conocen, pero saben es un hermano en sufrimiento, “héroes”
los llaman, para mí lo que les falta son “alas”. Veo policías, bomberos, agentes de tránsito…dar
serenatas, aplaudirse unos a otros, darse aliento, esperanza, porque nadie sabe
cuándo Dios los llamará y les dirá: “Buen trabajo, qué bien lo has hecho ¡Gracias!”
Y la peste
llegó, y pensamos que de nosotros iba a estar lejana, de pronto las noticias ya no son extrañas,
muere gente conocida, el vecino, el amigo del amigo, hasta que se cierra el
cerco y muere gente más cercana, alguien de tu familia, el padre de una amiga,
de una hermana, entonces te sientas sin decir palabra o caes de rodillas y
lloras con el alma, pides misericordia, porque el dolor te llega, lo sientes
como si fuera propio y deja el corazón en llaga. Y te sientes impotente de no
poder ayudar, de no abrazar, de no despedir, de no…
Llegó la
peste y aunque es una dura enseñanza, la naturaleza respira, los animales salen sin temor a nada, las familias se
juntan (otras se separan), la solidaridad está presente, el amor, las virtudes,
la espiritualidad… Todos dicen que lo superaremos, es cierto, pero después de
esto nadie será el mismo y si lo somos, no habremos aprendido nada.