martes, 5 de junio de 2018

“MAESTROS, LEYES, ESTUDIANTES, PANDILLAS”



“La violencia escolar quebranta la autoridad docente en el aula”

Este es el título del artículo de un diario del país, lo leo y me doy cuenta de cuánto ha cambiado la sociedad en sí. Cuando era niña, el maestro era un ser intocable, hasta cierto punto venerable, como en todo tiempo hubo maestros maravillosos, otros no tanto y otros terribles. Esos maestros que te levantaban el espíritu y te hacían volar en sueños que, con el tiempo los lograste realizar. También existieron aquellos que te dijeron que nunca podrías, que no lo lograrías, pero acrecentaron tu valentía y con el tiempo los lograste alcanzar y superar. Los maestros de antes nos mantenían a raya, eran tan dulces o severos como lo podrían ser nuestros padres. En nuestras familias se inculcaba el respeto no sólo al maestro, sino al adulto en general. Hoy por hoy, el derecho que tienen los niños y adolescentes a expresarse es envidiable, nosotros no teníamos ese privilegio, sin embargo es un privilegio que se nos fue de las manos. Un padre ya no tiene el derecho de levantar la voz, peor un educador. Entonces la falta de autoridad en casa se extiende al centro educativo donde los maestros ahora deben respetar y aceptar normas y reglas en ocasiones absurdas; si las quebrantas pues debes aceptar las consecuencias. Actualmente si un estudiante estropea la clase con su altanería o grosería, el maestro no puede expulsarlo porque no le es permitido hacerlo, no hay sanción para el alumno irrespetuoso. Entonces como maestro debes manejar la situación de tal suerte que el resto de estudiantes no piense que ese mal comportamiento es “cool” y prosigan con la misma actitud, que por lo general es como un virus, contagioso.

He tenido la oportunidad de trabajar en escuelas de diferentes estratos sociales y en cada uno de ellos ha habido líderes estudiantiles que te han llevado al crecimiento como maestro (pero no todos los líderes han sido fáciles de manejar ni han sido buenos). He ahí el momento en que un verdadero maestro debe ajustarse bien los cinturones y manejar al grupo con autoridad, sin temor, pero esa autoridad, hoy en día a un maestro le puede costar la catedra, el nombramiento e incluso la vida (como aquel compañero amenazada a muerte por un estudiante expendedor de droga).

Cuando trabajé en un colegio fiscal nocturno de la ciudad de Guayaquil, fui maestra de pandilleros y de jovencitas que eran compañeras sexuales de más de uno, hablar de integridad, de superación personal a un grupo de jóvenes que considera que vender droga o el cuerpo, es más rentable que estudiar y esforzarse, no es fácil.

El primer día de clases en aquel instituto, todos mis compañeros temían por mí, por ser mujer, por mi pequeña contextura, mi voz infantil y por la juventud que en ese entonces tenía. Había un grupo de estudiantes que pertenecía a una banda y a quienes yo tendría que educar. Enseñar Lenguaje y Literatura a una juventud que no le interesaba, no fue fácil. Cuando llegué, lo primero que recibí fue el famoso silbido que los albañiles suelen dar a las mujeres, traté de ignorarlo y continué. El tomar asistencia para saber quién era quién al principio parecía una burla: “Presheeente Lishenshiada”, me decían, después me percaté que sería siempre así, así se expresaban. No voy a negar que al principio me dio temor, algunos eran ya adultos jóvenes, pandilleros, ladrones y quizá expendedores de droga (no todos, había honrosas excepciones). Todo lo acepté hasta que un día uno de ellos queriendo hacerse el “galán” y pretendiendo quizá desvalorizarme como educadora, me lanzó un sonoro beso en la clase con el consabido: “Estás rica mamita”.  Fue entonces cuando me hirvió la sangre y brotó aquella maestra antigua, aquella alma vieja que tengo en mis venas, me paré frente a mi agresor verbal y le dije: “No soy tu madre y a mí me respetas”. En la clase hubo un silencio sepulcral. Uno que otro quiso reírse,  miré fijamente a este estudiante que resultó ser el líder de la pandilla. Fueron largos segundos, bajó la mirada y me dijo: “Dishculpe Lishenshiada”.

Ganar prontamento el respeto de un grupo de 80 estudiantes no es fácil, pero me lo gané. Me expuse es cierto, fui y enfrenté a mi agresor, creo es cuestión de actitud. Ellos perciben el temor, los jóvenes miden tu capacidad, tu fortaleza. A este estudiante los otros profesores le ponían cualquier nota con tal de no tener problemas. Yo, lo hacía trabajar, pensar, lo alentaba, era brillante, ni él mismo se había dado cuenta de eso. No traía deberes, pero él veía que los otros sí, aquellos que eran de menor rango en su pandilla empezaron a despuntar, y él seguía igual. Un día empecé a caminar por las largas y apiñadas filas del curso y al llegar a su banca, estaba el libro abierto con el deber hecho.

-          -     ¿Lo hiciste tú? Fue mi pregunta.
-      -    ¿Qué pasha lishenchiada? -Revisé su deber y estaba todo incorrecto, había respondido sólo por llenar espacios sin analizar, quizá nunca pensó que leería sus respuestas. -
      -    Celebro el hecho de que hicieras la tarea, sin embargo, tus respuestas no son correctas.
-         -     Ya puesh lishenshiada, usted quería que hishiera el deber y lo hishe, si está bien o mal, ahí si pues no sé.

Sonreí y seguí revisando las otras tareas, me volteé y le dije:
-           -  Sigue intentando, tú puedes.

Y fue así que aquel estudiante que en un principio quisiera boicotear mi clase y hacerme perder autoridad, se convirtió en quien guardara la disciplina del salón y en un estudiante promedio. Y más aún, en mi guardaespaldas. Al salir de clases, las calles de este colegio eran muy solitarias y oscuras, tenía que pasar por las zonas de prostitutas y de mendigos (quienes me enseñaron una gran lección de vida, motivo de otro escrito), no llevaba mi carro porque me habían aconsejado no hacerlo. “Te lo van a desvalijar” me decían y obedientemente prefería ir y venir en “metrovía”.  Un día al salir del colegio se me acercó el mencionado alumno con otros dos estudiantes:
-          - Lishenshiada, nosotros la acompañamos a la estación- Debo admitir que sentía temor de ir acompañada de tres pandilleros por calles oscuras.

-                     - ¿Ustedes me van a proteger? Pregunté.

-                     -Claaaro Lishenshiada, nadie le va a hacer daño porque se las ven conmigo.

Me preguntaron si tenía carro y les dije que sí, pero que no lo llevaba porque la zona del colegio era considerada “zona roja”

-          -Lishenshiada, mañana traiga su carro no más, que nadie se lo va a tocar, mañana la esperamos aquí afuera del colegio a la entrada.

Y fue así, llevé mi carro, ellos me tenían separado el lugar, le dijeron a los que estaban en la calle:
-         
        -Este es el carro de mi profe, nadie me lo toca.

Nunca los vi expendiendo drogas ni robando, pero sabía que era la forma en que ellos vivían, sin embargo, me di cuenta que la disciplina que impuse entre ellos, y las charlas de autoestima que les daba, esas ganas de salvarlos, esa actitud “quijotense” que tenemos los verdaderos maestros, me llevaron a vivir esta experiencia. Eran peligrosos, lo sé, pero conmigo eran solo adolescentes que esperaban respeto, amor y consideración.

Lo que quiero decir es esto: siempre como educadores nos encontraremos con diferentes caras de la moneda, salir airoso no siempre será fácil, luchar contra los molinos de viento, traerá golpes y heridas, quizá para algunos colegas hasta acoso, por tratar de salvar a otros niños y adolescentes del narcotráfico en las escuelas, o de frenar el bulling, pero NUNCA debemos ser INDIFERENTES ante las circunstancias.

La ley no nos ampara, la ley no nos permite educar en valores, los padres incluso en ocasiones no nos dejan, ni siquiera podemos mencionar a Dios en nuestras conversaciones. La ley no nos permite ni levantar la voz, pero ¿saben qué? yo no hago caso a esas leyes, me las juego, porque sé que un “carajazo” dado a tiempo, un consejo bíblico, un abrazo cuando un estudiante lo necesita es importante en sus vidas. No me paso por la vida con la sola misión de enseñar reglas ortográficas, análisis de oraciones y textos literarios. Mi trabajo como educadora va más allá, mi trabajado como educadora es AMAR.