“La violencia escolar quebranta la autoridad docente en el aula”
Este es el título del artículo de un diario del
país, lo leo y me doy cuenta de cuánto ha cambiado la sociedad en sí. Cuando
era niña, el maestro era un ser intocable, hasta cierto punto venerable, como
en todo tiempo hubo maestros maravillosos, otros no tanto y otros terribles.
Esos maestros que te levantaban el espíritu y te hacían volar en sueños que,
con el tiempo los lograste realizar. También existieron aquellos que te dijeron
que nunca podrías, que no lo lograrías, pero acrecentaron tu valentía y con el
tiempo los lograste alcanzar y superar. Los maestros de antes nos mantenían a
raya, eran tan dulces o severos como lo podrían ser nuestros padres. En nuestras
familias se inculcaba el respeto no sólo al maestro, sino al adulto en general.
Hoy por hoy, el derecho que tienen los niños y adolescentes a expresarse es
envidiable, nosotros no teníamos ese privilegio, sin embargo es un privilegio que se nos fue de las manos. Un padre ya no tiene el
derecho de levantar la voz, peor un educador. Entonces la falta de autoridad en
casa se extiende al centro educativo donde los maestros ahora deben respetar y
aceptar normas y reglas en ocasiones absurdas; si las quebrantas pues debes
aceptar las consecuencias. Actualmente si un estudiante estropea la clase con
su altanería o grosería, el maestro no puede expulsarlo porque no le es
permitido hacerlo, no hay sanción para el alumno irrespetuoso. Entonces como
maestro debes manejar la situación de tal suerte que el resto de estudiantes no
piense que ese mal comportamiento es “cool”
y prosigan con la misma actitud, que por lo general es como un virus,
contagioso.
He tenido la oportunidad de trabajar en
escuelas de diferentes estratos sociales y en cada uno de ellos ha habido líderes
estudiantiles que te han llevado al crecimiento como maestro (pero no todos los
líderes han sido fáciles de manejar ni han sido buenos). He ahí el momento en
que un verdadero maestro debe ajustarse bien los cinturones y manejar al grupo
con autoridad, sin temor, pero esa autoridad, hoy en día a un maestro le puede
costar la catedra, el nombramiento e incluso la vida (como aquel compañero
amenazada a muerte por un estudiante expendedor de droga).
Cuando trabajé en un colegio fiscal nocturno de
la ciudad de Guayaquil, fui maestra de pandilleros y de jovencitas que eran
compañeras sexuales de más de uno, hablar de integridad, de superación personal
a un grupo de jóvenes que considera que vender droga o el cuerpo, es más rentable
que estudiar y esforzarse, no es fácil.
El primer día de clases en aquel instituto, todos
mis compañeros temían por mí, por ser mujer, por mi pequeña contextura, mi voz
infantil y por la juventud que en ese entonces tenía. Había un grupo de
estudiantes que pertenecía a una banda y a quienes yo tendría que educar. Enseñar
Lenguaje y Literatura a una juventud que no le interesaba, no fue fácil. Cuando
llegué, lo primero que recibí fue el famoso silbido que los albañiles suelen
dar a las mujeres, traté de ignorarlo y continué. El tomar asistencia para
saber quién era quién al principio parecía una burla: “Presheeente Lishenshiada”, me decían, después me percaté que
sería siempre así, así se expresaban. No voy a negar que al principio me dio
temor, algunos eran ya adultos jóvenes, pandilleros, ladrones y quizá
expendedores de droga (no todos, había honrosas excepciones). Todo lo acepté
hasta que un día uno de ellos queriendo hacerse el “galán” y pretendiendo quizá
desvalorizarme como educadora, me lanzó un sonoro beso en la clase con el
consabido: “Estás rica mamita”. Fue entonces cuando me hirvió la sangre y
brotó aquella maestra antigua, aquella alma vieja que tengo en mis venas, me
paré frente a mi agresor verbal y le dije: “No
soy tu madre y a mí me respetas”. En la clase hubo un silencio sepulcral.
Uno que otro quiso reírse, miré fijamente a este estudiante que resultó
ser el líder de la pandilla. Fueron largos segundos, bajó la mirada y me dijo: “Dishculpe Lishenshiada”.
Ganar prontamento el respeto de un grupo de 80
estudiantes no es fácil, pero me lo gané. Me expuse es cierto, fui y enfrenté
a mi agresor, creo es cuestión de actitud. Ellos perciben el temor, los jóvenes
miden tu capacidad, tu fortaleza. A este estudiante los otros profesores le ponían
cualquier nota con tal de no tener problemas. Yo, lo hacía trabajar, pensar, lo
alentaba, era brillante, ni él mismo se había dado cuenta de eso. No traía
deberes, pero él veía que los otros sí, aquellos que eran de menor rango en su
pandilla empezaron a despuntar, y él seguía igual. Un día empecé a caminar por
las largas y apiñadas filas del curso y al llegar a su banca, estaba el libro
abierto con el deber hecho.
- - ¿Lo
hiciste tú? Fue mi pregunta.
- - ¿Qué pasha
lishenchiada? -Revisé su deber y estaba todo incorrecto, había respondido
sólo por llenar espacios sin analizar, quizá nunca pensó que leería sus
respuestas. -
- Celebro
el hecho de que hicieras la tarea, sin embargo, tus respuestas no son
correctas.
- - Ya
puesh lishenshiada, usted quería que hishiera el deber y lo hishe, si está
bien o mal, ahí si pues no sé.
Sonreí y seguí revisando las otras tareas, me volteé
y le dije:
-
- Sigue intentando, tú puedes.
Y fue así que aquel estudiante que en un
principio quisiera boicotear mi clase y hacerme perder autoridad, se convirtió en
quien guardara la disciplina del salón y en un estudiante promedio. Y más aún,
en mi guardaespaldas. Al salir de clases, las calles de este colegio eran muy solitarias
y oscuras, tenía que pasar por las zonas de prostitutas y de mendigos (quienes
me enseñaron una gran lección de vida, motivo de otro escrito), no llevaba mi
carro porque me habían aconsejado no hacerlo. “Te lo van a desvalijar” me
decían y obedientemente prefería ir y venir en “metrovía”. Un día al salir del colegio se me acercó el
mencionado alumno con otros dos estudiantes:
- - Lishenshiada,
nosotros la acompañamos a la estación- Debo admitir que sentía temor de ir
acompañada de tres pandilleros por calles oscuras.
- - ¿Ustedes
me van a proteger? Pregunté.
- -Claaaro
Lishenshiada, nadie le va a hacer daño porque se las ven conmigo.
Me preguntaron si tenía carro y les dije que
sí, pero que no lo llevaba porque la zona del colegio era considerada “zona
roja”
- -Lishenshiada, mañana traiga su carro no más, que
nadie se lo va a tocar, mañana la esperamos aquí afuera del colegio a la
entrada.
Y fue así, llevé mi carro, ellos me tenían
separado el lugar, le dijeron a los que estaban en la calle:
-
-Este
es el carro de mi profe, nadie me lo toca.
Nunca los vi expendiendo drogas ni robando, pero
sabía que era la forma en que ellos vivían, sin embargo, me di cuenta que la
disciplina que impuse entre ellos, y las charlas de autoestima que les daba,
esas ganas de salvarlos, esa actitud “quijotense” que tenemos los verdaderos
maestros, me llevaron a vivir esta experiencia. Eran peligrosos, lo sé, pero
conmigo eran solo adolescentes que esperaban respeto, amor y consideración.
Lo que quiero decir es esto: siempre como
educadores nos encontraremos con diferentes caras de la moneda, salir airoso no
siempre será fácil, luchar contra los molinos de viento, traerá golpes y
heridas, quizá para algunos colegas hasta acoso, por tratar de salvar a otros
niños y adolescentes del narcotráfico en las escuelas, o de frenar el bulling, pero NUNCA debemos ser INDIFERENTES
ante las circunstancias.
La ley no nos ampara, la ley no nos permite
educar en valores, los padres incluso en ocasiones no nos dejan, ni siquiera podemos
mencionar a Dios en nuestras conversaciones. La ley no nos permite ni levantar
la voz, pero ¿saben qué? yo no hago caso a esas leyes, me las juego, porque sé
que un “carajazo” dado a tiempo, un consejo bíblico, un abrazo cuando un estudiante
lo necesita es importante en sus vidas. No me paso por la vida con la sola
misión de enseñar reglas ortográficas, análisis de oraciones y textos
literarios. Mi trabajo como educadora va más allá, mi trabajado como educadora
es AMAR.