Después de unas largas vacaciones, me reintegré a mi trabajo, sentía un gran dolor en el corazón, tenía una tristeza acumulada que no la podía expresar. Y es que la vida es así, cambia todo de un momento para otro, se acumulan las querellas y frente a la pena, enfermas irracionalmente el cuerpo y el alma por algo que ya no tiene solución. Traté de ocultar mi tristeza lo mejor que pude, pero por más que sonreía, era evidente que mis ojos no expresaban lo que mis labios obligaban fingir.
Llegué a mi escritorio, armonicé el lugar lo mejor que pude, quise ocupar mi mente en algo útil, pero el dolor seguía ahí, intacto. De pronto, en un momento me levanté como autómata, guiada por una energía que no puedo explicar, sólo caminé, abrí la puerta y me dirigí a la sala de mi compañera de Arte. Ella y yo mantenemos una buena relación de respeto y cariño. Hay algo místico en nuestra amistad, cada una puede sentir lo que le está pasando a la otra, sin llegar a ser íntimas amigas. Al verme, ella pudo observar mi angustia. Simplemente entré y la abracé, lloré como hace tiempo no lo hacía, con la libertad de exponer mi sentir ante alguien que, sin conocerme mucho, podía sentir mi dolor, sin juzgarme. Su consejo fue sabio, no muy diferente al de mis amigas de toda la vida, ese consejo que se da con amor, que te dice lo que necesitas, no lo que quieres escuchar, pero sin herir, sin lastimar, ese consejo que sientes proviene del corazón, ese consejo que te hace crecer y entender que hay cosas que sencillamente no se pueden cambiar, nada más. Luego de ser abrazada con un cariño ancestral, le dije entre lágrimas que fluían sin esfuerzo alguno, interrumpidas por breves lastímeros suspiros: "Reza por mí" y me fui.
Llegué a mi escritorio, armonicé el lugar lo mejor que pude, quise ocupar mi mente en algo útil, pero el dolor seguía ahí, intacto. De pronto, en un momento me levanté como autómata, guiada por una energía que no puedo explicar, sólo caminé, abrí la puerta y me dirigí a la sala de mi compañera de Arte. Ella y yo mantenemos una buena relación de respeto y cariño. Hay algo místico en nuestra amistad, cada una puede sentir lo que le está pasando a la otra, sin llegar a ser íntimas amigas. Al verme, ella pudo observar mi angustia. Simplemente entré y la abracé, lloré como hace tiempo no lo hacía, con la libertad de exponer mi sentir ante alguien que, sin conocerme mucho, podía sentir mi dolor, sin juzgarme. Su consejo fue sabio, no muy diferente al de mis amigas de toda la vida, ese consejo que se da con amor, que te dice lo que necesitas, no lo que quieres escuchar, pero sin herir, sin lastimar, ese consejo que sientes proviene del corazón, ese consejo que te hace crecer y entender que hay cosas que sencillamente no se pueden cambiar, nada más. Luego de ser abrazada con un cariño ancestral, le dije entre lágrimas que fluían sin esfuerzo alguno, interrumpidas por breves lastímeros suspiros: "Reza por mí" y me fui.
Al siguiente día, fingiendo bienestar emocional para engañar a la razón, entré a su salón para ver un trabajo que estamos haciendo juntas. Hablamos del tema del trabajo, me pidió indicaciones, me hizo observaciones y antes de salir, me detuve frente a un cuadro que hizo que mi corazón callara y sintiera.
- Qué lindo María Verónica. Le dije.
- Tuve que pintarlo, tuve que pintar tu dolor.
Y en la brevedad de ese encuentro, en un alto de mi vida, alguien me enseñó con su arte, con la forma en la que mejor se puede expresar, que no importa qué tan profundamente negro pueda ver el presente, ni qué tan inalcanzable parezca el futuro, las personas correctas Dios te las pone ahí, en el preciso momento en que él necesita hablarte a través de ellas o pintarte para que entiendas que "todo lo aparentemente malo que le pudiera pasar a un hijo de Dios, es para su bendición".
Volví a mirar el cuadro, me conmovió la expresión de la mirada, cómo pudo alguien conociéndome tan poco, ver más allá. Los indígenas norteamericanos tienen la creencia que si alguien los retrata o les toma una fotografía, su alma queda atrapada, tengo la convicción que Ma. Verónica hizo eso, tomó mi angustia y dolor, los arrancó de mi ser y los encerró en esa pintura para siempre.
- ¿Ves la mirada? -Me preguntó-
-Así te sentí, llena de una gran tristeza, pero con tanta esperanza.
-¿Y sabes cómo se llama el cuadro?
-Así te sentí, llena de una gran tristeza, pero con tanta esperanza.
-¿Y sabes cómo se llama el cuadro?
-¿Cómo?
-"Reza por mí", fue lo que me dijiste al despedirte.