Desde que pertenezco a una red social, he leído toda clase de mensajes: enriquecedores. humorísticos (los que más me gustan), de amor y sabiduría, consejos de autoestima, de cómo dar y recibir amor, de paz, educativos, de salud,
de ciencia, de la siempre odiosa política, a la que no soporto, pero igual participo. Pero últimamente en muchos muros de contactos o de amigos de mis amigos, el tema de “la envidia”, ha roto cualquier tipo de récord y
es por eso que este tema llamó mi
atención y me he propuesto escribir
sobre esta "enemiga" que todos tenemos,
que muchos hemos pensado ser víctimas y no neguemos, en algún momento de nuestras vidas, la hemos sentido.
La palabra "envidia", etimológicamente viene del latín “invidere” formada por los vocablos “in” (poner, sobre, ir hacia) y “videre” (mirar). Es decir, envidia
significa: “poner la mirada sobre algo”, en el latín clásico se la reconoce
también como: malquerencia, malevolencia, celos, hostilidad. Al hablar acerca
de “poner
la mirada sobre algo” se
entiende que, de ahí surgió la supersticiosa creencia del “mal de ojo”, donde
pensamos que, si alguien nos mira con desdén o deseando nuestras bondades, esas
personas nos puede causar infortunios de salud, emocionales y hasta económicos.
He visto (y debo admitir que he caído en esta patética moda) a muchas
personas con protecciones religiosas paganas como: pulseritas rojas (por si
acaso tengo dos, lo admito vergonzosamente), sábila con lacitos rojos, budas,
leoncitos, campanitas, cristales, incienso y cuanta ocurrencia nos han vendido
u ofertado ancestralmente, como protección. Incluso “pasarnos el huevo” para
curarnos de la envida, del “mal de ojo”,
en vez de ir al doctor. He escuchado grandes testimonios de personas que se han
curado con este procedimiento y aseveran que han estado enfermas por la fuerza de la mirada envidiosa de alguien, ya que con nada curaban su malestar. Una vez más creo que en
ocasiones el poder de autosugestión y memorias pasadas son tan fuertes que nos
encadenan a sufrir incluso enfermedades psicosomáticas por una creencia
ancestral.
Y es que cuando andamos por la vida sintiendo que todo el mundo anhela
lo que tenemos, no nos la pasamos bien. ¿Se imaginan un cosmos con estas
características? que la gente te envidie por el simple hecho que eres un triunfador, un gran
atleta, un exitoso profesional, por tener la familia soñada,
por el carro del año que usas, por tu casa nueva, por tu mujer, tu marido,
porque tus hijos son bellos e inteligentes, porque vistes bien, por tu
presencia, tu carisma…¡¡Dios mío!! ¡¡Por
todo!!, vivir pensando en que lo que tenemos es siempre motivo de codicia, sólo nos
conlleva a un mundo de tensión y sufrimiento, a una especie de psicosis, de delirio de persecución interminable que nos arrastra a no confiar en nadie y a protegernos
con mil herramientas ante el “posible ataque” del envidioso. ¿Puede ser esto posible?
Sin duda la envidia es un cruel sentimiento que en realidad existe, eso
no lo podemos negar, nos encontraremos por el mundo con gente así, unos más que otros. Mi punto es que, exista o no el mal de ojo o envidia, nosotros debemos seguir adelante sin pensar en cuán encantadores o fastidiosos
podamos ser ante los demás por lo que tenemos o somos. Debemos dejar de vivir con ese escudo
de temor ante el “ojo embrujador” o la mala energía de las personas. Si aquello
existe, depende de la forma como nos lo tomemos, si somos un reflejo brillante
de satisfacción y amor, estamos en total protección contra cualquier fuerza negativa que alguien pudiera tener hacia nosotros, sólo eso, la envidia se cura
con amor, nada más.
La sensación de anhelar lo de alguien más, también amarga la vida del
envidioso. Un ser humano no puede pasar su vida pensando en las posesiones y
virtudes de otro individuo. Compararnos con alguien más, siempre nos traerá
pesares, porque nos sentiremos terriblemente inferiores o absurdamente superiores,
cuando cada ser humano es un centro de bendiciones y dones listos para ser
entregados a los demás. En vez de sentir rabia por las bendiciones de los
demás, los seres humanos deberíamos procurar nuestros propios éxitos en nuestra
rama profesional, en nuestra familia, en nuestros estudios. Nadie es igual a
nadie, unos son más pretenciosos que otros, otros son más humildes, todos
tenemos una fortaleza y no necesariamente tiene que ser codiciada por los
demás. Somos nosotros en nuestro corazón los que hacemos crecer ese llamado “Pecado
Capital”.
Sentir envidia definitivamente es un cefaloma que lo único que hace es
carcomer tu corazón, pero creer que todo el mundo te envidia, también es un
cáncer que corroe tu vida entera, la luz que irradias, tus buenas intenciones,
tu amor por el prójimo, la confianza en los demás, la libertad de caminar por
la vida satisfecho de tus logros y de tu felicidad, corroe la dicha de gozarte de la felicidad
del amigo...
No vivamos pensando que todo lo bueno que hacemos, que todos nuestros éxitos
son envidiados. Dejemos de pensar que, si algún plan no salió como lo
esperábamos es porque no mantuvimos el suficiente sigilo y “la envidia de la gente”
hizo que no se hicieran realidad nuestros proyectos. No, no es así. Si pensamos
en que la gente es la causante de nuestra mala fortuna, lo único que estamos
obviando es que no fue la voluntad de Dios, sino la “envidia” de la gente, la
que no te dejó llegar a la meta. Le estás dando más poder a un mal sentimiento que a nuestra Divinidad.
Cuando tus planes por infortunio no se cumplan, puedes pensar en alguna de estas opciones: posiblemente aún no estabas lo suficientemente preparado para ello, o no era lo mejor para ti. Estaba sencillamente destinado a que no ocurriera o era la oportunidad para alguien más. Nadie te arrebata nada, nadie te quita lo que todavía no es tuyo y si así pareciera, esa persona a la que consideras “envidiosa” es el artífice para que analices más las cosas, para que te prepares más, para que quizá tengas un poco más de humildad, para aceptar que no todo puede ser nuestro cuando queremos, no es “la envidia” la causante, es el destino y tu voluntad de crecer, de amar, de luchar, de sonreír, de ser fuerte.
Cuando tus planes por infortunio no se cumplan, puedes pensar en alguna de estas opciones: posiblemente aún no estabas lo suficientemente preparado para ello, o no era lo mejor para ti. Estaba sencillamente destinado a que no ocurriera o era la oportunidad para alguien más. Nadie te arrebata nada, nadie te quita lo que todavía no es tuyo y si así pareciera, esa persona a la que consideras “envidiosa” es el artífice para que analices más las cosas, para que te prepares más, para que quizá tengas un poco más de humildad, para aceptar que no todo puede ser nuestro cuando queremos, no es “la envidia” la causante, es el destino y tu voluntad de crecer, de amar, de luchar, de sonreír, de ser fuerte.