Cuando decidí ser maestra, recuerdo las dos frases que me
dijera mi papá: “Es la más linda e
ingrata de las profesiones”, te encontrarás con muchos alumnos que te
recordarán con aprecio y cariño, pero también
te encontrarás con la ingratitud de algunos, y eso es algo que debes aprender a
discernir. Otra de las frases que recuerdo de mi padre es: “Ser maestro te
llenará el alma, pero no el bolsillo”, esta frase la dijera en una época en la que
el maestro ganaba tan poco y para subsistir necesitaría hasta dos o tres empleos y
toda la energía requerida. Ninguna de esas cosas hizo que mi padre, ni ningún
buen maestro que conociera, desistiera de enseñar a generaciones de personas y
ser parte de su formación.
Desciendo de generaciones de maestros, lo llevo en mi
sangre, en mi ser. Fue la mejor decisión de mi existencia, la mejor. No imagino mi
vida sin observar esos ojos nuevos, llenos de vida, vibrando por conocer el
mundo, por vivir. No imagino mi vida, sin el saludo matutino de quienes son mis
pequeños maestros, la luz de mi conocimiento, la motivación de seguir adelante.
Ellos, mis niños, cada día al entrar a la clase son esa magia por la que
despierto cada día.
Los verdaderos maestros no esperamos ser reconocidos en un
gran homenaje, los verdaderos maestros vibramos de felicidad cuando nos enteramos
del triunfo de algún discípulo y nos convertimos en secretos admiradores de
ellos, llenando nuestro corazón de orgullo por haber formado parte de su
educación.
Ser maestro es la más grande y hermosa de las bendiciones. Es
humildemente, la profesión por excelencia, es un puente entre el presente y el
futuro, es la magia del conocimiento, la antorcha de la verdad.
Si volviera a nacer, seguramente volvería a ser maestra,
porque para mí, un maestro no se hace, un maestro nace. No es lo que aprendes
en la Universidad, no es si te convierte en licenciado, máster o doctor, allí
no aprendes a ser maestro, aprendes a mejorar tus técnicas, a innovar a crecer
como profesional, pero maestro, a mi criterio, con esa virtud; se nace, y yo
nací para educar, con las imperfecciones de mi humanidad, pero con el gran
corazón de educadora, con el espíritu de todos los que me antecedieron en esta
noble, hermosa y cándida profesión.
Felicidades a todos mis colegas, a los que son, a los que fueron y a los que serán. Hoy, es un hermoso
día para celebrar el haber nacido para enseñar.