martes, 22 de agosto de 2017

LA FAMOSA ENVIDIA

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Desde que pertenezco a una red social, he leído toda clase de mensajes: enriquecedores. humorísticos (los que más me gustan), de amor y sabiduría, consejos de autoestima,  de cómo dar y recibir amor, de paz, educativos, de salud, de ciencia, de la siempre odiosa política, a la que no soporto, pero igual participo. Pero últimamente en muchos muros de contactos o de amigos de mis amigos, el tema de “la envidia”, ha roto cualquier tipo de récord y es por eso que este tema  llamó mi atención y  me he propuesto escribir sobre esta "enemiga" que todos tenemos, que muchos hemos pensado ser víctimas y no neguemos, en algún momento de nuestras vidas, la hemos sentido.

La palabra "envidia", etimológicamente viene del latín “invidere” formada por los vocablos “in” (poner, sobre, ir hacia) y “videre” (mirar). Es decir, envidia significa: “poner la mirada sobre algo”, en el latín clásico se la reconoce también como: malquerencia, malevolencia, celos, hostilidad. Al hablar acerca de poner la mirada sobre algo” se entiende que, de ahí surgió la supersticiosa creencia del “mal de ojo”, donde pensamos que, si alguien nos mira con desdén o deseando nuestras bondades, esas personas nos puede causar infortunios de salud, emocionales y hasta económicos.

He visto (y debo admitir que he caído en esta patética moda) a muchas personas con protecciones religiosas paganas como: pulseritas rojas (por si acaso tengo dos, lo admito vergonzosamente), sábila con lacitos rojos, budas, leoncitos, campanitas, cristales, incienso y cuanta ocurrencia nos han vendido u ofertado ancestralmente, como protección. Incluso “pasarnos el huevo” para curarnos de la envida, del “mal de ojo”, en vez de ir al doctor. He escuchado grandes testimonios de personas que se han curado con este procedimiento y aseveran que han estado enfermas por la fuerza de la mirada envidiosa de alguien, ya que con nada curaban su malestar. Una vez más creo que en ocasiones el poder de autosugestión y memorias pasadas son tan fuertes que nos encadenan a sufrir incluso enfermedades psicosomáticas por una creencia ancestral.

Y es que cuando andamos por la vida sintiendo que todo el mundo anhela lo que tenemos, no nos la pasamos bien. ¿Se imaginan un cosmos con estas características? que la gente te envidie por el simple hecho que eres un triunfador, un gran atleta, un exitoso profesional, por tener la familia soñada, por el carro del año que usas, por tu casa nueva, por tu mujer, tu marido, porque tus hijos son bellos e inteligentes, porque vistes bien, por tu presencia, tu carisma…¡¡Dios mío!!  ¡¡Por todo!!, vivir pensando en que lo que tenemos es siempre motivo de codicia, sólo nos conlleva a un mundo de tensión y sufrimiento, a una especie de psicosis, de delirio de persecución interminable que nos arrastra a no confiar en nadie y a protegernos con mil herramientas ante el “posible ataque” del envidioso. ¿Puede ser esto posible?

Sin duda la envidia es un cruel sentimiento que en realidad existe, eso no lo podemos negar, nos encontraremos por el mundo con gente así, unos más que otros. Mi punto es que, exista o no el mal de ojo o envidia, nosotros debemos seguir adelante sin pensar en cuán encantadores o fastidiosos podamos ser ante los demás por lo que tenemos o somos. Debemos dejar de vivir con ese escudo de temor ante el “ojo embrujador” o la mala energía de las personas. Si aquello existe, depende de la forma como nos lo tomemos, si somos un reflejo brillante de satisfacción y amor, estamos en total protección contra cualquier fuerza negativa que alguien pudiera tener hacia nosotros, sólo eso, la envidia se cura con amor, nada más.

La sensación de anhelar lo de alguien más, también amarga la vida del envidioso. Un ser humano no puede pasar su vida pensando en las posesiones y virtudes de otro individuo. Compararnos con alguien más, siempre nos traerá pesares, porque nos sentiremos terriblemente inferiores o absurdamente superiores, cuando cada ser humano es un centro de bendiciones y dones listos para ser entregados a los demás. En vez de sentir rabia por las bendiciones de los demás, los seres humanos deberíamos procurar nuestros propios éxitos en nuestra rama profesional, en nuestra familia, en nuestros estudios. Nadie es igual a nadie, unos son más pretenciosos que otros, otros son más humildes, todos tenemos una fortaleza y no necesariamente tiene que ser codiciada por los demás. Somos nosotros en nuestro corazón los que hacemos crecer ese llamado “Pecado Capital”.

Sentir envidia definitivamente es un cefaloma que lo único que hace es carcomer tu corazón, pero creer que todo el mundo te envidia, también es un cáncer que corroe tu vida entera, la luz que irradias, tus buenas intenciones, tu amor por el prójimo, la confianza en los demás, la libertad de caminar por la vida satisfecho de tus logros y de tu felicidad, corroe la dicha de gozarte de la felicidad del amigo...

No vivamos pensando que todo lo bueno que hacemos, que todos nuestros éxitos son envidiados. Dejemos de pensar que, si algún plan no salió como lo esperábamos es porque no mantuvimos el suficiente sigilo y “la envidia de la gente” hizo que no se hicieran realidad nuestros proyectos. No, no es así. Si pensamos en que la gente es la causante de nuestra mala fortuna, lo único que estamos obviando es que no fue la voluntad de Dios, sino la “envidia” de la gente, la que no te dejó llegar a la meta. Le estás dando más poder a un mal sentimiento que a nuestra Divinidad.

Cuando tus planes por infortunio no se cumplan, puedes pensar en alguna de estas opciones: posiblemente aún no estabas lo suficientemente preparado para ello, o no era lo mejor para ti. Estaba sencillamente destinado a que no ocurriera o era la oportunidad para alguien más. Nadie te arrebata nada, nadie te quita lo que todavía no es tuyo y si así pareciera, esa persona a la que consideras “envidiosa” es el artífice para que analices más las cosas, para que te prepares más, para que quizá tengas un poco más de humildad, para aceptar que no todo puede ser nuestro cuando queremos, no es “la envidia” la causante, es el destino y tu voluntad de crecer, de amar, de luchar, de sonreír, de ser fuerte.



jueves, 13 de abril de 2017

"SER MAESTRO"

Cuando decidí ser maestra, recuerdo las dos frases que me dijera mi papá: “Es la más linda e ingrata de las profesiones”, te encontrarás con muchos alumnos que te recordarán con aprecio y cariño,  pero también te encontrarás con la ingratitud de algunos, y eso es algo que debes aprender a discernir. Otra de las frases que recuerdo de mi padre es: “Ser maestro te llenará el alma, pero no el bolsillo”, esta frase la dijera en una época en la que el maestro ganaba tan poco y para subsistir necesitaría hasta dos o tres empleos y toda la energía requerida. Ninguna de esas cosas hizo que mi padre, ni ningún buen maestro que conociera, desistiera de enseñar a generaciones de personas y ser parte de su formación.
Desciendo de generaciones de maestros, lo llevo en mi sangre, en mi ser. Fue la mejor decisión de mi existencia, la mejor. No imagino mi vida sin observar esos ojos nuevos, llenos de vida, vibrando por conocer el mundo, por vivir. No imagino mi vida, sin el saludo matutino de quienes son mis pequeños maestros, la luz de mi conocimiento, la motivación de seguir adelante. Ellos, mis niños, cada día al entrar a la clase son esa magia por la que despierto cada día.

Los verdaderos maestros no esperamos ser reconocidos en un gran homenaje, los verdaderos maestros vibramos de felicidad cuando nos enteramos del triunfo de algún discípulo y nos convertimos en secretos admiradores de ellos, llenando nuestro corazón de orgullo por haber formado parte de su educación.

Ser maestro es la más grande y hermosa de las bendiciones. Es humildemente, la profesión por excelencia, es un puente entre el presente y el futuro, es la magia del conocimiento, la antorcha de la verdad.

Si volviera a nacer, seguramente volvería a ser maestra, porque para mí, un maestro no se hace, un maestro nace. No es lo que aprendes en la Universidad, no es si te convierte en licenciado, máster o doctor, allí no aprendes a ser maestro, aprendes a mejorar tus técnicas, a innovar a crecer como profesional, pero maestro, a mi criterio, con esa virtud; se nace, y yo nací para educar, con las imperfecciones de mi humanidad, pero con el gran corazón de educadora, con el espíritu de todos los que me antecedieron en esta noble, hermosa y cándida profesión.


Felicidades a todos mis colegas, a los que son, a  los que fueron y a los que serán. Hoy, es un hermoso día para celebrar el haber nacido para enseñar.