Y así, sin más llegó la noticia,
tenía un intruso en mi cuerpo que ni hacía bulla ni causaba malestar, estuvo
ahí quién sabe cuánto tiempo y de pronto un día sin más, se hizo presente para
ayudarme a recordar lo hermosa que es la vida y el temor que siempre existe
ante la probabilidad de que un invasor como éste, acabara por siempre con mis sueños y
la alegría de pensar en llegar a esos años en que los recuerdos son la más hermosa realidad .
Transcurrió menos de una semana
en la cual asimilé rápidamente mi estado de salud, llena de optimismo y con la
convicción con la que he llevado toda la vida mía, decidí en esta ocasión una
vez más “tomar al toro por los cuernos”
y hacerme todo tipo de exámenes para descartar lo peor…sin embargo lo único que
podría descartar esto, era sacarlo de mis entrañas, arrancarlo de mí y
despedazarlo en un laboratorio hasta obtener el resultado fuere lo que fuere.

En una de mis citas médicas le
pedí a un taxista amigo que me llevara al consultorio y recordando que él
profesaba el cristianismo, le pedí que orara por mí, para que todo estuviera
bien y fue así como él me invitó a un
culto de sanación al que al principio me rehusaba un poco a ir, porque conozco
cómo son los cultos de la religión evangélica y aunque hermosos, por
“costumbre” o "fidelidad", prefiero los de mi religión, aunque sé perfectamente
que Dios es uno y eterno, que no es cuestión de religión ni de creencias, sólo
es cuestión de fe.
Si hay algo que me gusta de los
cultos ya sean evangélicos o católicos es lo feliz que está la gente al verte
llegar, eres como esa oveja descarriada que finalmente se une al rebaño y todos
celebran tu llegada, los saludos de mano, besos y abrazos te hacen sentir tan
bien, esa calidez con la que eres recibido, como si todo el mundo supiera por
lo que estás pasando, cuando en realidad nadie lo sabe, incluso uno mismo.
Hay algo que me impresionará siempre
y es cuando el Espíritu Santo se hace presente y la gente empieza a danzar o
desmayarse sin poder controlar su cuerpo, sus músculos. En ocasiones pienso
“histeria colectiva” o “verdadero milagro” no soy escéptica, no, pero es algo
que nunca dejará de asombrarme, habiendo incluso recibido esa maravillosa
unción que es descansar en el Espíritu Santo. Suelo ser muy observadora, pero
de los rostros y de los comportamientos, y en esos rostros había más que paz,
había un dolor apretado en el corazón que de una u otra manera querían que algo
poderoso los alejara de eso. Y se sentía la alegría y la devoción entre el escándalo
de los timbales, la batería, la guitarra eléctrica y la bulla de la oración,
mientras sus ojos estaban cerrados, apretados con firmeza, alababan, lloraban,
gemían, caían, se desmayaban, convulsionaban…Y yo…yo solo quería la paz que
encuentro en el altar de mi iglesia, arrodillada ante Él (ante esa imagen por
la que nos llaman idólatras) agradeciendo y orando por los que más amo,
incluyéndome brevemente en esa petición, pero en un estado de relajación
absoluta…sólo Él y yo.
Y de pronto, el escándalo
termina, el llanto y la histeria también y todos entran en un estado de paz y
tranquilidad, como en un trance que finalmente me permite disfrutar de mi
oración. Y así con mis ojos cerrados pidiendo a Dios que me sane y que reprenda
cualquier espíritu de enfermedad de mi cuerpo, del de mi madre que está
postrada en una cama, pidiendo protección para mi familia y amigos…siento de
pronto un cálido y apaciguador abrazo que me hizo entre sonrisas abrir mis
ojos, era la madre de mi amigo quien se acercaba para preguntarme, con una
dulzura, que me recordó a la de mi madre; si quería que oraran por mí. Me
dirigí hacia el pastor quien sin saber cuál era el mal que me aquejaba puso sus
manos precisamente en el lugar donde esa masa había hecho su hogar, se sentía
calientito y palpitaba, de pronto empezó como a doler, algo que nunca antes
había pasado porque había sido totalmente asintomático. Y él sopló en mi frente
y aunque yo sabía que iba a caer, mi cuerpo se resistía como en ocasiones
anteriores, hasta que el Espíritu toma fuerzas y me dejo vencer con felicidad.
Una vez desmayada, pero en total estado consiente, con esa paz que sólo
aquellos que han descansado en el Espíritu Santo saben, escuchaba cómo todos se
reunían en círculo para orar por mí. Me incorporé, y sonreí
complacida, Dios una vez más había enviado su Espíritu Santo para reconfortar
mi alma. Fue después de eso que una persona que tenía el “Don de visión” dio
testimonio diciendo que al estar orando el Pastor ella había visto ángeles
rodeándolo y que cuando estaba orando por mí, ella vio rayos que salían de mi
cuerpo y un remolino se había formado en el centro del salón llevándose lo malo
que me aquejaba, que Dios le había dicho que no había enfermedad y yo estaba sana…
¿Y saben qué? Lo creí, sí lo creí, muchos pensarán que estoy demente al
hacerlo, porque… ¿Qué tal si esta señora era una loca que creía tener el don de
visión? ¿Qué tal si el querer creer te hace cometer errores?...La lógica ante
la Fe, siempre será la mayor de las disyuntivas.
Al día siguiente, recordando el
testimonio de la vidente, fui a hacerme otro examen, con la absoluta convicción
de que no lo encontraría y que allí acabaría mi dilema. Mas al buscar al
invasor, éste fue encontrado nuevamente, pero presentaba características
diferentes, aunque aún conservaba las mismas medidas, ya no estaba tan sólido
ya no era sólo masa, había algo líquido que antes no se encontraba…buscaron explicaciones
para eso, pero el resultado estaba allí. No hubo ese tipo de milagro que uno ve
en las películas o que la gente te cuenta en testimonios, sobrevivientes de
enfermedades catastróficas sanados de un día para otro…no, no lo hubo, pero no
sentí decepción, sentí igual que su bendición seguía conmigo, a pesar de que
“eso” seguía ahí, sabía que si lo habían descubierto a tiempo, fue porque él
puso a la persona indicada en mi vida quien hizo que vaya al doctor y gracias a
esa persona a quien quiero tanto, a esa persona que Dios puso en mi camino, es
que yo estoy contando esta historia.
Tengo la convicción de que Dios
siempre obrará de forma misteriosa, no siento ningún arrepentimiento de haber
ido al culto, escuchar de mi sanación y aun así, decidir someterme a la
cirugía. Seguidores del cristianismo evangélico, pensarán que fue falta de fe,
que dejé que mi parte humana arrebatara esa bendición de sanación al no dejar
que ese invasor desapareciera solo. En realidad, pienso que Dios le ha dado al
hombre herramientas maravillosas como la medicina, para poder también sanar. Y
sé que Él, como médico poderoso, será quien tome el bisturí y realice la
cirugía y soplará su sagrado aliento para que todas mis células tengan su santa
bendición.
El día de la operación llegó. Ese
día al despertar informé a mis padres de la operación, brevemente para no
causar en ellos una preocupación mayor. Muy pocas personas sabían de mi operación, en realidad poquísimas. En principio me encontraba muy
calmada, aunque algo temerosa por la experiencia a la que sería sometida,
llegué a la clínica y hablé sobre los pormenores financieros antes de la
cirugía e inmediatamente, para mi asombro, fui llevada al quirófano; mi hermano me acompañó y me
dio también la bendición antes de entrar.
Era un pasillo pequeño, había cortinas
rosadas que separaban cubículos y me hicieron entrar en uno que tenía un sillón
de cuero azul muy cómodo, una enfermera muy linda y amable llamada Alicia, me
llevó el atuendo para mi operación, una fría bata blanca y un gorro verde que hacía juego con los zapatos de tela. Ella tenía una franca sonrisa, me dijo que
esperara y se retiró delicadamente.
La espera fue breve en realidad, pero sentía que era eterna, de
pronto empezaron las lágrimas a brotar sin mayor esfuerzo y un llanto infantil
salía de mi pecho, me sentía desvalida, desprotegida, y me puse a orar. La
enfermera entró a mi cubículo y con una dulzura maternal me calmó, mientras lagrimones
salían de mis ojos. Me llevaron a un lugar previo al quirófano, me pusieron un
catéter, que puedo asegurar me dolió más que la cirugía (la cual no sentí)
entré a un quirófano lleno de alegría, de doctores felices y enfermeras risueñas
que me hicieron sentir mucha paz y seguridad, y de pronto…la nada, todo había
pasado, todo estaba de nuevo bien.
El doctor al ir a la habitación me dio
la buena noticia, el tumor no había sido tal, era un quiste que por su
ubicación daba la apariencia de un tumor sólido. Esa fue la explicación “científica”
que él me dio, mas yo tengo dos ecos, el primero en el cual dice claramente que es un tumor sólido y el
segundo; después de mi sanación, que dice que ya no era tan sólido y
finalmente la promesa cumplida de Dios, no había tumor y aunque el resultado de
la biopsia no ha sido entregado, no tengo temor, porque sé de antemano cuál es
la respuesta.
La gente dirá que “los médicos se
equivocaron” que suele ocurrir, que no es el primer caso; sin embargo, yo
aseguro que Dios obró de la mejor manera y cumplió su promesa una vez más.
Este “bendito tumor” además de
hacerme apreciar la vida aún más, de llevarme por los insondables misterios de
los cultos, la verdadera fe y religiones, me hizo ver la nobleza del corazón de los amigos, de
aquellos cercanos y lejanos que estuvieron pendientes, de aquellos que a pesar
de la distancia me tuvieron en sus oraciones, de aquellas amistades que tomaron
parte de su tiempo para estar conmigo y hacerme compañía (ir a pagar cuentas,
llevarme al baño, hacerme caminar o simplemente tomar mi mano), de aquel amigo
que llamó desde el extranjero para saber cómo estaba, de aquellos amigos pendientes a través de un mensaje, de aquella hermana de la
vida, que pasó la noche conmigo, me acompañó en mi delirio y veló
mi sueño y mi despertar, de aquella
joven enfermera que cada vez que entraba lo hacía con una tímida sonrisa porque
apenas empezaba a trabajar y no se sentía segura de su desempeño, del señor que
servía la comida y robaba gelatina extra para mí y me la llevaba a la
habitación con una gran sonrisa, de la señora de la limpieza que me contó sus alegrías
y sus penas…tantas vidas juntas, todas entrelazadas.
Su firma ahora está en mi cuerpo,
al principio me deprimí por la cicatriz, luego, pedí perdón por lo absurdo de
mi vanidad, por lo banal que resulta aquello y agradecí por ella; porque era el
sello de su infinito amor por mí, de su palabra y mi compromiso de hacer conocer lo grandioso de su ser.
Amén.