lunes, 11 de enero de 2016

"BENDITO TUMOR"

Y así, sin más llegó la noticia, tenía un intruso en mi cuerpo que ni hacía bulla ni causaba malestar, estuvo ahí quién sabe cuánto tiempo y de pronto un día sin más, se hizo presente para ayudarme a recordar lo hermosa que es la vida y el temor que siempre existe ante la probabilidad de que un invasor como éste, acabara por siempre con mis sueños y la alegría de pensar en llegar a esos años en que los recuerdos son la más hermosa realidad .

Transcurrió menos de una semana en la cual asimilé rápidamente mi estado de salud, llena de optimismo y con la convicción con la que he llevado toda la vida mía, decidí en esta ocasión una vez más “tomar al toro por los cuernos” y hacerme todo tipo de exámenes para descartar lo peor…sin embargo lo único que podría descartar esto, era sacarlo de mis entrañas, arrancarlo de mí y despedazarlo en un laboratorio hasta obtener el resultado fuere lo que fuere.

Recordé cuando un estudiante me preguntó una vez si yo le tenía miedo a la muerte, una pregunta que aunque increíble que parezca, hasta ese momento jamás me la había hecho…recuerdo que lo pensé por varios segundos y mi respuesta fue: “No, no le tengo miedo a la muerte, creo que es un estado diferente, nada más; pero sí tengo miedo a morir antes que mis padres, porque ese dolor debe ser el más terrible de todos” y por un momento pensé en qué pasaría si este intruso alterara todas las células de mi organismo hasta provocar ese temible desenlace. Sin más qué decir ni pensar, apenas con un hilo de voz de sólo imaginarlo, pedí a Dios la gracia de ser yo quien despidiera a mis padres y no lo inverso, y sentí una vez más en mi corazón su respuesta “Todo es perfecto” y entendí que esa era su promesa y que Él estaría a mi lado sea cual fuere el resultado, aunque de antemano siempre supe que la respuesta sería que todo continuaría así, como hasta ahora e incluso mejor, a pesar de que por un momento en mi corazón estuvo la disyuntiva de creer o no, yo decidí CREER.

En una de mis citas médicas le pedí a un taxista amigo que me llevara al consultorio y recordando que él profesaba el cristianismo, le pedí que orara por mí, para que todo estuviera bien y fue así como él me invitó  a un culto de sanación al que al principio me rehusaba un poco a ir, porque conozco cómo son los cultos de la religión evangélica y aunque hermosos, por “costumbre” o "fidelidad", prefiero los de mi religión, aunque sé perfectamente que Dios es uno y eterno, que no es cuestión de religión ni de creencias, sólo es cuestión de fe.

Si hay algo que me gusta de los cultos ya sean evangélicos o católicos es lo feliz que está la gente al verte llegar, eres como esa oveja descarriada que finalmente se une al rebaño y todos celebran tu llegada, los saludos de mano, besos y abrazos te hacen sentir tan bien, esa calidez con la que eres recibido, como si todo el mundo supiera por lo que estás pasando, cuando en realidad nadie lo sabe, incluso uno mismo.

Hay algo que me impresionará siempre y es cuando el Espíritu Santo se hace presente y la gente empieza a danzar o desmayarse sin poder controlar su cuerpo, sus músculos. En ocasiones pienso “histeria colectiva” o “verdadero milagro” no soy escéptica, no, pero es algo que nunca dejará de asombrarme, habiendo incluso recibido esa maravillosa unción que es descansar en el Espíritu Santo. Suelo ser muy observadora, pero de los rostros y de los comportamientos, y en esos rostros había más que paz, había un dolor apretado en el corazón que de una u otra manera querían que algo poderoso los alejara de eso. Y se sentía la alegría y la devoción entre el escándalo de los timbales, la batería, la guitarra eléctrica y la bulla de la oración, mientras sus ojos estaban cerrados, apretados con firmeza, alababan, lloraban, gemían, caían, se desmayaban, convulsionaban…Y yo…yo solo quería la paz que encuentro en el altar de mi iglesia, arrodillada ante Él (ante esa imagen por la que nos llaman idólatras) agradeciendo y orando por los que más amo, incluyéndome brevemente en esa petición, pero en un estado de relajación absoluta…sólo Él y yo.

Y de pronto, el escándalo termina, el llanto y la histeria también y todos entran en un estado de paz y tranquilidad, como en un trance que finalmente me permite disfrutar de mi oración. Y así con mis ojos cerrados pidiendo a Dios que me sane y que reprenda cualquier espíritu de enfermedad de mi cuerpo, del de mi madre que está postrada en una cama, pidiendo protección para mi familia y amigos…siento de pronto un cálido y apaciguador abrazo que me hizo entre sonrisas abrir mis ojos, era la madre de mi amigo quien se acercaba para preguntarme, con una dulzura, que me recordó a la de mi madre; si quería que oraran por mí. Me dirigí hacia el pastor quien sin saber cuál era el mal que me aquejaba puso sus manos precisamente en el lugar donde esa masa había hecho su hogar, se sentía calientito y palpitaba, de pronto empezó como a doler, algo que nunca antes había pasado porque había sido totalmente asintomático. Y él sopló en mi frente y aunque yo sabía que iba a caer, mi cuerpo se resistía como en ocasiones anteriores, hasta que el Espíritu toma fuerzas y me dejo vencer con felicidad. Una vez desmayada, pero en total estado consiente, con esa paz que sólo aquellos que han descansado en el Espíritu Santo saben, escuchaba cómo todos se reunían en círculo para orar por mí. Me incorporé, y sonreí complacida, Dios una vez más había enviado su Espíritu Santo para reconfortar mi alma. Fue después de eso que una persona que tenía el “Don de visión” dio testimonio diciendo que al estar orando el Pastor ella había visto ángeles rodeándolo y que cuando estaba orando por mí, ella vio rayos que salían de mi cuerpo y un remolino se había formado en el centro del salón llevándose lo malo que me aquejaba, que Dios le había dicho que no había enfermedad y yo estaba sana… ¿Y saben qué? Lo creí, sí lo creí, muchos pensarán que estoy demente al hacerlo, porque… ¿Qué tal si esta señora era una loca que creía tener el don de visión? ¿Qué tal si el querer creer te hace cometer errores?...La lógica ante la Fe, siempre será la mayor de las disyuntivas.

Al día siguiente, recordando el testimonio de la vidente, fui a hacerme otro examen, con la absoluta convicción de que no lo encontraría y que allí acabaría mi dilema. Mas al buscar al invasor, éste fue encontrado nuevamente, pero presentaba características diferentes, aunque aún conservaba las mismas medidas, ya no estaba tan sólido ya no era sólo masa, había algo líquido que antes no se encontraba…buscaron explicaciones para eso, pero el resultado estaba allí. No hubo ese tipo de milagro que uno ve en las películas o que la gente te cuenta en testimonios, sobrevivientes de enfermedades catastróficas sanados de un día para otro…no, no lo hubo, pero no sentí decepción, sentí igual que su bendición seguía conmigo, a pesar de que “eso” seguía ahí, sabía que si lo habían descubierto a tiempo, fue porque él puso a la persona indicada en mi vida quien hizo que vaya al doctor y gracias a esa persona a quien quiero tanto, a esa persona que Dios puso en mi camino, es que yo estoy contando esta historia.

Tengo la convicción de que Dios siempre obrará de forma misteriosa, no siento ningún arrepentimiento de haber ido al culto, escuchar de mi sanación y aun así, decidir someterme a la cirugía. Seguidores del cristianismo evangélico, pensarán que fue falta de fe, que dejé que mi parte humana arrebatara esa bendición de sanación al no dejar que ese invasor desapareciera solo. En realidad, pienso que Dios le ha dado al hombre herramientas maravillosas como la medicina, para poder también sanar. Y sé que Él, como médico poderoso, será quien tome el bisturí y realice la cirugía y soplará su sagrado aliento para que todas mis células tengan su santa bendición.


El día de la operación llegó. Ese día al despertar informé a mis padres de la operación, brevemente para no causar en ellos una preocupación mayor. Muy pocas personas sabían de mi operación, en realidad poquísimas. En principio me encontraba muy calmada, aunque algo temerosa por la experiencia a la que sería sometida, llegué a la clínica y hablé sobre los pormenores financieros antes de la cirugía e inmediatamente, para mi asombro, fui llevada al quirófano; mi hermano me acompañó y me dio también la bendición antes de entrar.

Era un pasillo pequeño, había cortinas rosadas que separaban cubículos y me hicieron entrar en uno que tenía un sillón de cuero azul muy cómodo, una enfermera muy linda y amable llamada Alicia, me llevó el atuendo para mi operación, una fría bata blanca y un gorro verde que hacía juego con los zapatos de tela. Ella tenía una franca sonrisa, me dijo que esperara y se retiró delicadamente. 

La espera fue breve en realidad, pero sentía que era eterna, de pronto empezaron las lágrimas a brotar sin mayor esfuerzo y un llanto infantil salía de mi pecho, me sentía desvalida, desprotegida, y me puse a orar. La enfermera entró a mi cubículo y con una dulzura maternal me calmó, mientras lagrimones salían de mis ojos. Me llevaron a un lugar previo al quirófano, me pusieron un catéter, que puedo asegurar me dolió más que la cirugía (la cual no sentí) entré a un quirófano lleno de alegría, de doctores felices y enfermeras risueñas que me hicieron sentir mucha paz y seguridad, y de pronto…la nada, todo había pasado, todo estaba de nuevo bien.


El doctor al ir a la habitación me dio la buena noticia, el tumor no había sido tal, era un quiste que por su ubicación daba la apariencia de un tumor sólido. Esa fue la explicación “científica” que él me dio, mas yo tengo dos ecos, el primero en el cual  dice claramente que es un tumor sólido y el segundo; después de mi sanación, que dice que ya no era tan sólido y finalmente la promesa cumplida de Dios, no había tumor y aunque el resultado de la biopsia no ha sido entregado, no tengo temor, porque sé de antemano cuál es la respuesta.

La gente dirá que “los médicos se equivocaron” que suele ocurrir, que no es el primer caso; sin embargo, yo aseguro que Dios obró de la mejor manera y cumplió su promesa una vez más.

Este “bendito tumor” además de hacerme apreciar la vida aún más, de llevarme por los insondables misterios de los cultos, la verdadera fe y religiones, me hizo ver la nobleza del corazón de los amigos, de aquellos cercanos y lejanos que estuvieron pendientes, de aquellos que a pesar de la distancia me tuvieron en sus oraciones, de aquellas amistades que tomaron parte de su tiempo para estar conmigo y hacerme compañía (ir a pagar cuentas, llevarme al baño, hacerme caminar o simplemente tomar mi mano), de aquel amigo que llamó desde el extranjero para saber cómo estaba, de aquellos amigos pendientes a través de un mensaje, de aquella hermana de la vida, que pasó la noche conmigo, me acompañó en mi delirio y veló mi sueño y mi despertar, de aquella joven enfermera que cada vez que entraba lo hacía con una tímida sonrisa porque apenas empezaba a trabajar y no se sentía segura de su desempeño, del señor que servía la comida y robaba gelatina extra para mí y me la llevaba a la habitación con una gran sonrisa, de la señora de la limpieza que me contó sus alegrías y sus penas…tantas vidas juntas, todas entrelazadas.

Su firma ahora está en mi cuerpo, al principio me deprimí por la cicatriz, luego, pedí perdón por lo absurdo de mi vanidad, por lo banal que resulta aquello y agradecí por ella; porque era el sello de su infinito amor por mí, de su palabra y mi compromiso de hacer conocer lo grandioso de su ser.

Amén.