miércoles, 24 de septiembre de 2014

"EL DÍA QUE ME CONVERTÍ EN MADRE"

Los que me conocen saben que nunca estuvo entre mis planes tener un hijo, mi independencia y libertad tuvieron un precio muy grande que pagar. No puedo imaginar mi vida cuidando a una personita que cuando sea adulta me podría culpar por no haber sido lo suficientemente buena madre, además que económicamente se hubiera llevado quizá el 90% de mis ingresos y tiempo y eso en cambio no se lo hubiera perdonado yo. Sin embargo, ahora que mis padres son ancianos y  tengo la bendición de tenerlos a mi lado, cuidarlos y mimarlos, me he dado cuenta que ser madre es hermoso.


Los roles cambiaron y ahora, después de haber sido por tantos años la consentida del hogar, me he convertido en el pilar de sus vidas. No hay mañana en que no entre a su habitación a verificar si despertaron bien, o en la madrugada entrar a su cuarto para constatar que su respiración es normal, desvelarme si enferman, cuidar su alimentación…Ahora, cada mañana, me levanto muy apurada para ordenar las cosas antes de ir a mi trabajo; lo primero que hago es darle sus medicamentos, dejar organizados los suplementos que deben tomar a través del día, salir a comprar el pan y el periódico (algo que hacía mi papá), pero sobre todo darles un gran abrazo y recibir su bendición antes de partir.

“Los ancianos son como niños” me dice la gente y en verdad que lo son, hay una inocencia en sus ojos, una dulzura en sus palabras, callan y esperan, ya no exigen ni ordenan, esperan con ansias tu regreso, así como cuando uno era niño y se emocionaba cuando papá y mamá llegaban. Se emocionan con golosinas, les encanta salir a pasear; aunque en ocasiones tienen esos berrinches de querer quedarse en casa y uno tiene que actuar como “padre” y obligarlos a bañarse, vestirse y salir con uno. Sonrío cuando leo esto, porque eso hacían ellos cuando yo de adolescente no quería salir.

Cuando viajo llevo a mis dos hijos conmigo, ellos dependen de mí, ellos confían en que yo les doy seguridad, en que los voy a proteger, en que no les voy a fallar; ellos, mis “súper héroes” me ven ahora como la heroína de sus vidas. Los veo cada vez más dulces, más lindos, más míos y sé que soy tan afortunada porque esta dicha que estoy viviendo no todos la pueden gozar. Mas sé también que no será eterna, que esta llama algún día se extinguirá, que esos brillantes y tiernos ojos algún día apagarán su brillo y ya no estarán conmigo, que partirán para quizá, si es que hay vida eterna, volverlos a encontrar. Pero el día que ellos no estén, haré como hacen las buenas madres que dejan partir a sus hijos a buscar nuevas oportunidades, a hacer su propia vida, los dejaré marchar libres sin ataduras a ese lugar donde sólo Dios sabe ellos irán, y finalmente, sabiéndolos felices y en paz, de seguro sentiré en mi corazón ese vacío que sienten las madres al ver “el nido vacío”, pero con la satisfacción del trabajo bien hecho, de la entrega dada con amor.
Entonces, que nadie me diga que no sé lo que es ser  madre, porque tengo dos hijos maravillosos, que no los parí, pero que en su vejez crecieron en mi corazón, siempre los amé y respeté, pero ahora los venero con toda mi alma.