Observando la película Terminator
“La salvación”, con uno de mis actores favoritos: Sam Worthington, me he vuelto
a enamorar de esos ojos azules que me quitan la razón. Y ahora no sé, si
escribir de la película o de mi amor platónico lol. En realidad quisiera
analizar un poco el mensaje que esta película acaba de dejar en mí (además de
dejarme más enamorada que nunca de este maravilloso actor de ojos color cielo)
en esta noche de insomnio.
Como ustedes ya saben es una
película que juega con el presente, pasado y futuro. No quiero entrar en la
sinopsis de la película, pero sí en el mensaje que una obra del séptimo arte
nos puede dejar.
Una historia en la que el
protagonista piensa que si los seres humanos nos comportamos como máquinas, no
tiene sentido querer acabar con el dominio de ellas. Una historia en la que el “Terminator”
tiene sentimientos humanos y me pregunto: Cuántas veces nosotros hemos actuado como máquinas, autómatas, a veces hasta sin sentimientos, ya que
por el trabajo solemos olvidar a las personas que amamos, y cuántas veces una
máquina tiene la función de nuestra memoria y corazón, que tiene que recordarnos el cumpleaños de un ser querido o ayudarnos a
buscar una tarjeta cibernética ya escrita, porque ya no tenemos tiempo para
pensar y decir todo aquello que está en nuestro corazón. Hace cuánto tiempo no
escribes una carta con tu puño y letra (yo aún lo hago y me encanta) Hace
cuánto tiempo dejamos escapar esa parte humana nuestra para dársela a una
máquina, a un recordatorio artificial.
“Quiero encontrar al que me hizo
esto” dice Marcus, el robot cuyo cuerpo humano fue donado a la ciencia para
crear al “Terminator”. Yo también
quisiera encontrarlo, y decirle que un “like” no significa “te quiero” “te extraño”
“te amo” “me gustas” que el Whatsapp no une grupos, los desintegra, que no hay
mejor cosa que la palabra, que la persona, que el "tú" y el "yo".
En la película John O’Connor
Dice: “Si nos vamos a comportar como máquinas, no tiene sentido luchar contra
ellas”. No creo que la humanidad llegue al extremo de ver su vida en riesgo por
un robot, pero sí veo el peligro de comportarnos como tales y que esto desmiembre familias, noviazgos,
amistades, por la frialdad de un correo, de una pantalla, de un teléfono.
No estoy para nada en contra de
la automatización, de hecho, la amo; las redes sociales me han ayudado a
encontrar amistades que creía haber perdido, pero lejos del Skype, del
whatsapp, del Facebook, para mí lo hermoso fue reencontrarlas en persona
nuevamente y poderlas abrazar y demostrar lo importante que fueron, son y serán
en mi vida.
Que la tecnología sea un
instrumento para continuar nuestra vida humana, que los sentimientos se los
sigan expresando mirando a los ojos, tocando las manos, no con íconos,
stickers, figuritas… sino con tarjetas de verdad, con besos de verdad, con cartas
de verdad. Demos un vistazo hacia atrás y observemos también lo que hubo de
bueno en otras décadas. Yo aún me deleito cuando llega correo a casa, debo admitir que casi nunca, porque
más fácil es enviar un email. Cómo serían
esos amores de antaño? cuando las cartas demoraban meses en arribar y la
persona esperaba fiel y enamorada al amor de su vida.
En fin, una tonta reflexión quizá
es lo que me ha dejado esta película, que debo admitir si no fuera por Sam
Worthington, no la hubiera visto. Pero así es el amor, entre suspiros observé a
mi amor platónico representar a una máquina con sentimientos humanos. Y me
pregunto, cuántos van por la vida de esta misma manera, viviendo como máquinas,
como humanos sin corazón, como robots de carne y hueso.
Y termino con una frase de John
Connor: “Somos nosotros quienes hacemos el destino” Así que amigos, no importa
si las máquinas llegan a dominar el mundo, mientras quede un pequeño rastro de
humanidad en nosotros, habrá un hermoso futuro por vivir.