Se comienza celebrando la vida, los primeros años, la comunión, las
quinceañeras, las graduaciones, después de eso, ya nos convertimos en adultos,
entonces empezamos una nueva etapa de celebraciones: nuestras incorporaciones
universitarias, uno que otro matrimonio a la prisa entre tanto estudio,
hubieron quienes dejaron de estudiar por empezar con una carrera más estricta y
de tiempo completo que es la de ser madre, sin saber que las profesiones se
pueden combinar y llegar a triunfar en ambos aspectos con algo de disciplina.
Empezamos después los “baby showers”,
los bautizos, el primer añito, y de pronto así sin más, las quinceañeras de
nuevo, las graduaciones otra vez, pero ahora ya los de otra generación… y los
sepelios.
Y entonces, recién entonces, caemos en cuenta de la fragilidad de nuestras
vidas y sobre todo la de nuestros padres, tíos, abuelos, amigos, hermanos... No
sabemos en qué momento la vida apresuró su santo paso y empezamos a envejecer
aunque apenas lo percibamos porque nuestros corazones permanecen intactos,
empezamos a envejecer si hemos sido lo suficientemente afortunados y nuestro
andar no se detuvo en el camino.
Este año, que pensaba yo sería el más venturoso de mi vida, ya he despedido a algunas personas: primero fue el hermano menor de una gran amiga, después un ser muy querido perdió su batalla contra la muerte, al poco tiempo partió la alegre madre de una hermana de la vida, (también dos lindas ancianitas del barrio) y hoy, así, abruptamente muere un tío; esos tíos que aunque no están perennes en tu vida, nunca faltaban al cumpleaños de mi madre ni a ningún cumpleaños de mis tías, esos tíos que su alegría, educación y cariño hacía que siempre estuviera presente no solo en eventos familiares, sino en el corazón.
Y ahora, así nada más, veo cada vez más frágil y más cercana a la muerte, y aunque sé que es un proceso natural, yo quiero que se aleje, no quiero que mire a mis padres, no quiero que se acerque a mis hermanos, sobrinos y amigos. No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al dolor, a la soledad, al sentir que nunca más abrazaré a esa persona y bendigo que todavía mis días estén llenos de ellos.
Una vez me preguntaron mis alumnos si le tenía miedo a la muerte y yo contesté que no, que a lo que le tenía miedo era a morir antes que mis padres, porque no quisiera que ellos sufrieran un dolor así. No, no le tengo miedo a ese estado de paz, tengo miedo a perderlos, miedo a no poder expresar todo lo que tengo en el corazón.
La muerte trae consigo tanta nostalgia, tanta tristeza, y al mismo tiempo paradójicamente trae vida, trae unión; hermanos que se vuelven a unir, hijos que se reconcilian con sus padres, tristezas que al fundirse en fraternal abrazo pesan menos. Y ves la ternura, ese amor que no se expresa todos los días, no porque no lo sientas, simplemente crees que está implícito, pero aflora cuando ves la fragilidad de tu hermano menor o cuando ves al fuerte de la familia quebrarse y llorar con desconsuelo, ese abrazo que te une más como familia, como hermano.
Y qué decir de la felicidad que te da entre llanto encontrar a todos tus amigos y familiares, es una ambivalencia de sentimientos, y aunque tus ojos estén llenos de lágrimas y tu corazón de dolor, el abrazo de tu amigo, de tu hermano, de tu familia, hace que sonrías mientras lloras y por momentos hasta olvidas que estas despidiendo a alguien muy querido y ríes de ocurrencias ajenas. Y no es falta de respeto, no, es un estado del alma. En este mes he dicho adiós a la mamá de una amiga, contemporánea a mi mamá, y a mi tío querido. Dios fue bueno con ellos, les dio larga vida con salud, y ese milagro lo reclamó para sí cuando menos lo imaginamos. En este mes me he dado cuenta una vez más de lo afortunada que soy, de la magia que Dios ha permitido en mi vida, de tener a mis viejitos a mi lado, con todas sus travesuras de niños añejos, doy gracias por aún poder despertar y tocar sus ancianos rostros llenos de amor, besar sus manos con surcos de una vida hermosamente trabajada, observar su gratitud en esos ojitos que reflejan incertidumbre hacia el mañana.
Cada día es un adiós, cada día es una nueva aventura; tengo a mi lado dos grandes exploradores de emociones, dos “Indiana Jones” que cada nuevo año le dan gracias a Dios por la vida y sólo le piden “Que los deje vivir otro nuevo año, porque la vida es linda” y sin duda la vida lo es, y para ellos aún más porque llegaron juntos, tomados de la mano por todas las estaciones del tren de la vida.
La vida se resume en una sola palabra: “Amor” y mientras este sentimiento desborde tu ser, qué más da cuándo y cómo sea el día de tu partida. Por ahora disfruto de la dicha de estar viva y de tener a mis amores junto a mí, ¿Hasta cuándo? ¿Quién sabe?, pero hasta que dure, será eterno.