Y de repente una sensación de ternura llega a mi corazón… un recuerdo… melancolía…
Hoy en la mañana, en el trajín de arreglarme para ir a mi querido trabajo;
escuché, mientras me arreglaba frente al espejo, un maullar ¿Un maullar? ¿En mi
casa? Hace tantos años que no escuchaba un maullar, desde que era una niña. Era
fuerte, desesperado, por un momento pensé que era mi papá quien subía la
escalera haciendo el maullido para bromear con mi mamá. No presté atención,
pero cada vez era más cercano, más fuerte, entonces decidí abrir la puerta y
allí frente a mí, la más bella de las criaturas: UN GATO.
El felino y yo nos quedamos observando, lo miré y me acerqué a él, preguntándome,
cómo había logrado entrar en la fortaleza de mi “castillo”, me agaché y lo tomé
entre mis brazos, se dejó abrazar sin reparos, sentí su cuerpecito tibio, estaba
un poco descuidado, pero se notaba que había confundido su hogar. Al bajar la
escalera para darle un poco de leche, él observaba todo a su alrededor, parecía
decir: “Esta es igual a mi casa, pero no es mi casa” y me miraba con ese mirar
que sólo los gatos tienen (¿será por eso que me gustan tanto los ojos azules?),
esa ternura innata que tienen, junto a esa elegancia y autosuficiencia. Cada
minuto que pasaba, sentía su dulzura, su cuerpecito empezaba a ronronear.
Por un momento regresó a mí, esa niña que vive en mi corazón, que a veces
se pierde por las responsabilidades de adulto, y con gato en mano subí las
escaleras para mostrárselo a mi madre y como si de repente me convirtiera en
esa niña de cuatro años que adoraba los gatos, le pregunté a mi mamá: ¿Puedo
quedármelo? Y sentí un apretón en el corazón, esperando quizá a estas alturas
encontrar un sí. Mas no fue así, mi madre lo miró, lo acarició y me recordó lo delicado
que es para mí tener una mascota, y para ella también por nuestras alergias.
Insistí en que iríamos siempre al alergólogo, que justo “ese” gato no botaba
pelos =) fue inútil. No me pude quedar con él.
Cuando mi padre me vio, acarició mi rostro, puesto que él sabe cuánto me
gustan, recordé que él en nuestra casa de la playa me dejaba tener gatos, y se
acordó también de aquel día en que por querer
darle de comer a un gato, fui perseguida
por una vaca y yo gritaba histérica por los alrededores, pero no soltaba el plato
de comida del gatito.
Recordé también cuando mi hermano y yo escondíamos los gatitos bebés en el sótano,
y no terminábamos nuestra cena para llevarle comida a la "mamá gato" para que
alimentara a sus pequeños y cuando ellos se iban a trabajar, nuestra casa era
invadida por estos hermosos animalitos, los llevábamos a todas partes, las
empleadas nos ayudaban a alimentarlos y nos guardaban “el secreto” que en
realidad creo que nunca lo fue, a veces pienso que mis padres eran conscientes
todo el tiempo de nuestros juguetes con corazones.

Y así transcurrió mi infancia y la de mi hermano, entre peluzas, y
hoy, apenas un maullido, apenas una
mirada, apenas un ronroneo, me llevaron
a ese maravilloso lugar que existe en la mente y en el corazón que se llama: “Recuerdo”.